La familia es un problema y un obstáculo para diversas ideologías contemporáneas. Por ello se está intentando difuminar el significado y el entendimiento de la familia a través de adoctrinamientos ideológicos cada vez mejor orquestados y puestos en escena.
Pero, como católicos, a lo mejor deberíamos de empezar a valorar y consolidar nuestras propias familias. La familia es tan importante, que Cristo mismo la tomó como referencia para definir la Iglesia:
Entre las muchas imágenes utilizadas por Jesús para iniciar el nuevo pueblo: rebaño, invitados a las bodas, plantación, casa de Dios, ciudad de Dios, destaca como imagen preferida la de la familia de Dios. Dios es el padre de familia, Jesús el dueño de la casa, por lo cual es muy comprensible que se dirija a los miembros de este pueblo, aunque sean adultos, como a niños. Estos últimos, finalmente, se han comprendido realmente a sí mismos cuando, abandonando su autonomía, se reconocen delante de Dios como niños (cf Mc 10,1316). (Joseph Ratzinger, La Iglesia, 1, 2)
La familia es la célula básica de toda sociedad. Si conservamos la célula sana, la sociedad se desarrollara de forma sana. Si las células que componen la sociedad, están llenas de tóxicos que les impiden sobrevivir, la sociedad queda a expensas de los listos de turno.
Hace unas décadas la familia era algo tan cotidiano que nadie reparaba en ella. Hoy en día, por desgracia, las familias tienen serios problemas para desarrollarse y sobrevivir. Pensemos en lo complicado que es formar una familia en los países occidentales. Aunque tenemos los niveles de vida más altos del mundo, a los jóvenes les parece imposible llegar a casarse y vivir una vida medianamente estable.
Podemos empezar por los estudios, que se alargan innecesariamente para rebajar las listas del desempleo. Sigamos por el tiempo que un joven titulado tarda en encontrar un trabajo capaz de darle estabilidad. Sigamos por las ofertas de vivir la vida como algo desechable, que condenan a los jóvenes elegir falsos sustitutos de la familia. La adolescencia se alarga hasta los cuarenta o cincuenta años, porque la inestabilidad se asocia a vivir sin límites mientras se puede. Lo malo es que, tarde o temprano, se llega al momento de la verdad. El momento en que nos damos cuenta que nos han vendido humo y no tenemos fuerzas ni esperanza para seguir adelante.
Es triste ver como número de personas que viven en familias estables, va descendiendo año a año. Cada vez hay más familias monoparentales, más personas que optan por formas de convivencia inestable. Las parejas de hecho son la evidencia de nuestra incapacidad para aceptar responsabilidades.
De nuevo, la medicina que necesita nuestra sociedad no son más leyes, programas, adoctrinamiento, organismos estatales o medidas judiciales. Lo que necesitamos es a Cristo, que es el Médico que cura nuestras heridas por medio de la Gracia.
No podemos pensar en que los parlamentos o los políticos apoyen a las familias, ya que su objetivo no es crear estabilidad social, sino crear un tipo de inestabilidad que les haga imprescindibles. Ya nos dijo Cristo que sin El nada podemos (Jn 5, 15). El es la Vid, nosotros los sarmientos. El es el Dueño del terreno, que nos contrata para que trabajemos con Él (Mt 20, 116).