Hace poco me decía un compañero que para qué escribía tantos libros. “Para entenderte a ti, me repetía, hay que tener tu clave pero ésta ni la tiene la mayoría ni le interesa”. Yo le respondí que lo hacía por pura gratuidad, aunque no los leyeran más que unos pocos. La gratuidad siempre es un misterio porque brota de un deseo bueno de hacer el bien, de buscar la felicidad de los demás. Él, sin embargo, continuaba pensando que era demasiado gasto para tan poco fruto.
“¿Tú te has fijado, le decía yo, en la gratuidad de una rosa? Muestra su belleza, exhibe su esplendor, exhala su perfume aunque nadie la esté mirando. Es puro ornato. En la más honda espesura y lo más impenetrable del bosque por donde no pasa nadie sigue la rosa mostrando su belleza. No busca complacientes, le basta consigo misma. Es más, cuanto menos conoce su belleza y su perfume, más gratuita es. Se da del todo a cambio de nada. Su pureza es inmarcesible, limpia y pulcra como el primer día de la creación”.
Escribo estas líneas con el adviento muy avanzado. Me dan pena los belenes que no tienen misterio, porque no nos permiten contemplar la gratuidad de un niño chiquitito que no acusa a nadie, ni se mete con nadie sino que ofrece como una rosa todo el cariño de su corazón de niño. No sé por qué no lo ponen si no hace daño a nadie. Dicen que es por ideología y cultura, pero digo yo: ¿Quiénes son esas señoras tan feas? ¿Es que por cultura se puede escupir a la rosa del jardín?
El cuerpecito de carne del niño de Belén no hace daño a nadie. Yo quiero verlo y estar con él y meditar con él todo lo que tendrá que pasar en esta vida. Esas señoras feas y malas lo van a destrozar. Toda la vida se la va a pasar mostrando la belleza de su gratuidad, queriendo a todos, acogiendo a todos pero “sólo los pobres y humildes lo ven”. Veo llegar a los pastores de Belén y después a los Reyes magos y yo me cuelo entre ellos porque esto va de pobres. Las señoras malas no se han enterado. Yo conocí a un predicador, poco amigo de ellas, que todo su argumento en la Navidad era: “Hermanos, acercaos a dar un beso al niño Jesús porque si no lo hacéis y os morís este año próximo, él, cuando lleguéis a la puerta del cielo, tampoco os besará”. Yo sé que es un argumento contracultural pero el hecho es que la gente se levantaba en masa e iba a besar al niño. Yo me reía de las señoras malas que tenía a mi lado y asistían a misa por el qué dirán y les decía: “Sabed que todos esos que se han levantado son dignos de llegar a Belén, mientras que vosotras no os vais a enterar”.
Hay un texto en la Biblia que me da escalofríos. Es de San Pablo en Colosense 1, 22. Dice así: Nos ha reconciliado ahora por medio de la muerte en su cuerpo de carne. No hay nada más carnal y más encarnado que nuestro cuerpo de carne. Jesús se encarnó radicalmente para identificarse con nosotros, con todos los hombres, en su cuerpo de carne. En lo más profundo de la encarnación, en el detritus de la humanidad, entró la gratuidad de la rosa para limpiarlo todo cargando él con la fetidez de todo lo humano.
La espiritualidad de la Renovación carismática parte de ahí, de esa pobreza radical y no quiere adorar al Niño si no es desde ahí. No nos gustan los símbolos, la magia, el tintinear de las campanillas, si nos sacan al niño de su cuna de pobreza y de su portal de Belén. Hay muchísima teología en ese portal y en esa pobreza. Cómo se lo pensó Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, al hacerle nacer donde nació. No queremos otra salvación porque sabemos que aunque la vida nos lleve a lo más hondo y degradado, allí estará él, esperándonos donde toda salvación pareciera imposible.
Cualquier día del año pero en especial estos días es bueno aceptar en la familia y en la comunidad la presencia bendita de lo pobre. ¡Qué bien lo ha hecho la Iglesia siempre! Siglo tras siglo ha buscado en estos días a los más pobres para darles un poco de calor en medio del rigor de su soledad e insignificancia. Yo creo que no valgo mucho para eso, no soy de los que he estado en primera fila al servicio del cuerpo de carne de los demás. Si profundizas, más bien te diré que he huido mucho de todo ello, menos los años, claro está, en que fui párroco. Por eso se me ha dado ahora un cuerpo de carne roto donde tengo que asumir cada día mi encarnación y, a pesar de lo inepto que soy por falta de entrenamiento, no me está saliendo del todo mal. Esto lo digo para abrirme el camino hacia ti y poder pensar en las encarnaciones que más te están doliendo en estos momentos, en tu cuerpo, en tu familia, en tu historia, y conectar contigo y con Jesucristo en lo más profundo de tu dolor.
Una comunidad que tenga el Espíritu Santo será siempre llevada a lo más profundo de la encarnación. Parece que sería lo contrario, ¿no es verdad? Parecería que el Espíritu nos llevaría a lugares inocuos, a sitios indoloros, a altas ensoñaciones. Parecería que nos iba a mostrar un Jesús en trineo, esquiando en el mar, palaciego, en son de triunfo, como hijo del Rey que era; pues no, nos lleva a lo pobre del hombre. Qué cariño que sea así, qué bella es la carne recién nacida. ¿Cómo cantaríamos villancicos al que se balancea sobre el mal acunado por nubes de riqueza y poderío? Una vez di unos ejercicios a los que asistía un director de una “Ciudad de los muchachos”. Al final se levantó y dio su testimonio. Dijo que vino a los ejercicios, sin ganas y casi obligado, por el hecho de que los iba a dar un cura carismático a los que él creía fuera de la realidad. Al oír una predicación tan fuerte sobre la humanidad de Jesucristo entendió que él no sabía amar a sus muchachos porque no les amaba en su cuerpo de carne. Yo les amo desde el deber ser, desde el deber hacer. Les amo para que aprendan a ser hombres y a portarse como hombres. Les inculco grandes ideales. No les amo, sin embargo, en su cuerpo de carne, en su encarnación concreta. No me ha interesado nada su vida personal. Siento que el que estoy fuera de la realidad soy yo”.
Hoy día se educa a la mayoría de los jóvenes desde el deber tener. Tú lo que tienes que hacer es ganar dinero. Se escogen las carreras que tengan salida, que faciliten el puesto de trabajo, que solucionen de por vida tus problemas económicos. Hasta en la educación de los seminarios se actúa así. Lo que importa es que salgan sacerdotes bien preparados, ideales, y que tengan la cabeza bien amueblada con conceptos y teorías de última moda. El cuerpo de carne del mundo no tiene remedio, los pobres siempre los tendréis con vosotros.
La espiritualidad de la Renovación carismática es la espiritualidad de la rosa, del pesebre, del libro que no se lee, de la palabra que no se escucha. Es una espiritualidad que ama la realidad en la que se manifiesta Jesucristo. Esta espiritualidad tiene objetivos, claro que los tiene, pero no están en nuestras manos, no dependen de nosotros, son objeto de nuestra fe. Somos incapaces, lo nuestro es chupar gratuidad. La gratuidad de Jesucristo en el portalín, la gratuidad de la cruz, la de la Misa con el cuerpo y la sangre gratuitos.
Decía un presentador de tve hace muchos años: “¿Saben ustedes cual es el mejor y más seguro refugio antiatómico de todos? El portal de Belén. Lo mostraba, con misterio y figuras, a la vista de todos. Era el 24 de diciembre. Pero ¿saben por qué no entra nadie en él? Porque la entrada es gratuita”. La relación entre cuerpo de carne y gratuidad es total. ¿Saben ustedes por qué? Porque el cuerpo de carne del hombre es lo más mísero, es la sede del pecado, es lo maldito, es la parte que desechan las filosofías, es la sede de las vergüenzas, es el que engendra el mal y el que alimenta al dragón del Apocalipsis. ¿Dónde nos iba a redimir Cristo? ¿En el alma? Entonces quedaría la mitad del hombre sin redimir y esa parte sería el refugio de los poderes del infierno. Para redimir al hombre Cristo tuvo que bajar hasta su cuerpo de carne y por eso nos redimió y reconcilió ahí.
A muchos les gustaría que nuestra redención fuera celestial y muy, muy interior. Pero no; a Cristo le crucificaron unos poderes fácticos muy reales: la religión, el gobierno, los militares, los doctores, los expertos de toda clase. Todos aquellos que no asistieron en Belén al nacimiento del Salvador del mundo. Solo los pobres y humildes lo ven. Esto quiere decir que su redención tenía que llegar a la realidad política, social, cósmica. Hasta lo más bajo, donde se esconde el pecado, el terremoto, el accidente, lo imprevisible de la creación. Hasta en un desastre con centenares de muertos se puede rezar.
Esta es la teología espiritual de la Renovación carismática, este es el cuerpo de carne que adoramos, esta es la gran realidad espiritual que crea nuestras comunidades y que engendra el cariño. Dicen que la Renovación se distingue por el clima cálido y las relaciones humanas que existen entre unos y otros. Esto no es posible si en las comunidades cada uno exhibe su riqueza y sus valores. No es posible si quieres vender muchos libros, si intentas ocupar el centro, porque te sales del cuerpo de carne. El cariño fuerte e imperecedero se da cuando nos damos cuenta de que todo lo que somos lo hemos recibido, de que aquí no hay unos mejores que otros.
Es cierto que humanamente somos distintos unos de otros. Eso está claro y no vamos a ser tan pietistas e iluminados que creamos que el Espíritu elimina las diferencias. El tema no es ese. El tema es que, por el don de piedad, el Espíritu nos hace estar a gusto a todos en la misma casa y con ello nos hace amar en los demás lo diferente y lo que verdaderamente interesa. A mí me interesa conocer el amor con que Dios te ama. Si Dios te ama mucho me comunicas vida y me das calor y soy feliz contigo adorando al Niño en el pesebre. Yo no soy muy consciente del amor con que soy amado pero teniéndote a ti al lado me atrevo a todo y entiendo mejor lo mucho que soy amado. Tú eres el espejo en el que veo reflejado cómo te ama a ti el cuerpo de carne de Cristo, amor que tú me trasmites y que de esa forma nos une en íntima estrechez.
Estamos de acuerdo, pues, en que la rosa es un ser radiante y bello y que su gratuidad la hace también humilde. No exige ni se exhibe pero emite radiaciones y crea en ti sensaciones estéticas de belleza y buen gusto. El portal de Belén es como una rosa que emite el más gratuito y bello amor de salvación. Adóralo. ¿Te lo crees?