Cristo nos ofrece vivir en la Casa del Padre ¿Qué le contestamos? Posiblemente le pongamos condiciones de todo tipo antes de aceptar su invitación. ¿Es esto lógico? Para nosotros es algo totalmente razonable. Queremos que la salvación tenga las medidas y estéticas que nos gustan. Vivimos en una época muy extraña. Una época en donde todo se convierte en extremismos. Extremismos de un signo, de otro e incluso extremismos de los términos medios que nos sean favorables.
Algunos dicen que sólo se salvan los que han sido predestinados a salvarse. Los demás no tenemos esperanza. Otros filtran el mosquito, pero dejan pasar el camello. A los que no nos ajustamos a sus ideas nos depositan directamente en el infierno. Como es lógico, los que proclaman esto se sienten “elegidos” y dignos de todo honor. Si les contradices, eres repudiado con saña y maltrato.
Hay también quienes dicen que todos nos salvamos y es igual lo que hagamos o dejemos de hacer. Igual que el grupo anterior, como contradigas esta idea te conviertes en un ser repudiado al que hay que vencer y expulsar.
Lo más curioso es la existencia de tendencias que componen salvaciones y condenaciones a medida. A medida humana, por supuesto. Adecuan la salvación según los intereses que son agradables. Son términos medios basados en las estéticas socio-culturales de cada momento o lugar. También te maltratan y expulsan, si señalas que a lo mejor no es todo tal como lo cuentan. Son las consecuencias de tomar “partido humano” mientras despreciamos tomar a Cristo como plenitud.
Somos incapaz de reconocer que la salvación es un Misterio que sólo Dios puede conocer en su totalidad. Podemos componer millones de idealizaciones del proceso de salvación/condenación. Idealizaciones que pueden ser totalmente razonables y al mismo tiempo contradictorias unas con otras. Lo interesante no es lo que nosotros digamos, sino lo que dice Cristo en todo el Evangelio.
Y como los discípulos temían cada uno por sí, luego de decir a Pedro, que era el más fiel y más fervoroso, "No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces" ( Jn 13,38), se añade: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas". Con esto salen de su turbación, seguros y confiados de que después de las tentaciones permanecerían en Dios con Cristo. Porque aunque uno sea más valeroso, más sabio, más justo y más santo que otro, ninguno será desterrado de aquella casa, donde cada uno hallará hospedaje en proporción a sus méritos. Para todos es igual aquel denario que manda dar el padre de familia a los que trabajan en la viña, denario que significa la vida eterna, donde nadie ha de vivir más que otro, porque en la eternidad de la vida no cabe medición. Mas las muchas mansiones significan las diversas dignidades de los méritos en la vida eterna. (San Agustín. San Agustín. In Ioannem tract., 67)
Sin duda “Para todos es igual aquel denario que manda dar el padre de familia a los que trabajan en la viña”. ¿La salvación es para todos? No está nada claro. También podemos negarnos a trabajar en la viña o trabajar y tirar el denario porque no nos satisface. ¿Quién se salva entonces? Recordemos lo que Cristo mismo dice: “Lo que es imposible para con los hombres, posible es para Dios” (Lc 18, 27). Así somos los seres humanos, soberbios hasta creernos por encima de Dios mismo. Lo importante no son las ideas, sino el “denario” recibido. Esta moneda simboliza la vida eterna, la salvación. Si la aceptamos con humildad y agradecimiento, Cristo nos dice que habrá una morada para nosotros en la Casa del Padre. Esta Esperanza nos debería de tranquilizar y llevarnos a no generar partidos enfrentados. Nos debería llevar a tener paz de corazón y sosiego espiritual. Sabemos que el camino es empinado y está lleno de piedras cortantes, pero también sabemos que nos lleva a la Casa del Padre. Allí encontraremos descanso y compañía. No hay mayor Esperanza que Cristo mismo.