Allí se encontrará con lo que realmente somos. Nuestros instintos, vicios, limitaciones y suciedad pueden parecernos inadecuados para que Cristo nazca sobre ellos, pero olvidamos que también somos imagen de Dios. A El no le importa la suciedad. El no viene nacer en corazones limpios y perfectos, porque en esos corazones ya ha nacido anteriormente.
Viene a nacer precisamente en los que están casi abandonados, pero le abren la puerta para pasar la noche.
El que hizo al hombre, se hizo hombre; se hizo lo que había hecho para que no pereciese lo hecho. El que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo entre ellas. Considera sus riquezas: ¿quién más rico que aquel por quien fueron hechas todas las cosas? Y, con todo, a pesar de ser rico, tomó carne humana en el seno de una virgen. Nació como un niño, fue envuelto en pañales de niño y colocado en un pesebre; con paciencia esperó el paso de las edades, con paciencia sufrió el paso del tiempo aquel por quien fueron hechos los tiempos.
Tomó el pecho, lloró, se manifestó como un niño. Pero, aunque yacía, reinaba; estaba en el pesebre, y contenía al mundo; a la vez que era nutrido por su madre, era adorado por los gentiles; su madre lo alimentaba y el resplandor de la estrella lo anunciaba. Tales eran sus riquezas y tal su pobreza: su riqueza te creó, su pobreza te recreó. Si él recibió hospitalidad como si fuera un pobre, se debió a benevolencia por su parte, no a que sintiera necesidad.
Quizá pienses en tu interior: « ¡Dichosos los que merecieron recibir a Cristo como huésped! ¡Si yo hubiera estado allí! ¡Si hubiera sido, al menos, uno de aquellos dos a los que encontró en el camino! » Tú sigue en el camino, y Cristo será tu huésped. ¿Piensas que ya no te será posible acoger a Cristo? Preguntas ¿Cómo voy a tener esa posibilidad? (San Agustín. Sermón 239, 6-7)
Recordemos que María y José fueron buscando posada y todas las puertas convencionales se cerraron. Entonces, un humilde establo tuvo el honor de recibir en su interior al Hijo de Dios, que nació entre nosotros.
Cualquier corazón se preste puede ser el lugar para que Cristo nazca. ¿Piensas que ya no te será posible acoger a Cristo? Preguntas ¿Cómo voy a tener esa posibilidad? No es fácil aceptar que nazca Cristo en nosotros. Nos falta humildad y nos sobra desconfianza. Nos falta confianza y nos sobra soberbia. ¿Quién puede estar dispuesto a abrir su interior en esta sociedad postmoderna? Por desgracia pocos, porque pocos confían realmente en el Señor. No estamos dispuestos a que Cristo nos transforme. Nos aterroriza pensar en que Dios se pueda manifestar en nuestro interior.
Pero incluso ese imposible, la Gracia de Dios lo hace posible, cuando dejamos de actúe en nosotros. Ese es el gran desafío: ser capaces de imitar el Sí de María.
¡Feliz Navidad!
-.Que la Luz y el Amor transformen su corazón.-