Sí señores, el primer mártir del cristianismo, que eso y no otra cosa es lo que significa “el protomártir”.
La fuente por antonomasia sobre Esteban no es otra que el libro de los Hechos de los Apóstoles, obra, como sabe bien el lector de esta columna, del gran cronista del protocristianismo que es Lucas (pinche aquí para conocer los detalles).
En él se explica perfectamente cuál es la relación de Esteban con la comunidad protocristiana:
“Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No está bien que nosotros abandonemos la palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de saber, y los pondremos al frente de esa tarea; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.» La propuesta le pareció bien a toda la asamblea y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito antioqueno; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos” (Hch. 6, 1-6).
Esteban pertenece pues a la extensa comunidad de judíos helenizados entre las que la nueva doctrina arraiga bien. Una condición, la de helenizado, que viene demostrada, entre otras cosas, por su propio nombre “Stephanos”, proveniente del griego y traducible como “victorioso”, si bien, eso sí, judío originario, no prosélito, condición que de los siete nombrados en el pasaje aportado, sólo parece recaer sobre Nicolás. Según San Epifanio, Esteban es uno de los componentes del grupo de los Setenta y Dos Discípulos del que habla Lucas (pinche aquí para conocer algo más sobre el mismo).
Lucas nos dice que está dotado del don de la taumaturgia:
“Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y signos entre el pueblo” (Hch. 6, 814).
El evangelista nos explica también las circunstancias en las que se produce su arresto, por cierto, por los judíos, no por los romanos que gobiernan el territorio, cuya persecución de cristianos -aunque será más furibunda- es posterior en tres décadas a la judía:
“Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y signos entre el pueblo. Se presentaron algunos de la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, y se pusieron a discutir con Esteban; pero no eran capaces de enfrentarse a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres para que dijeran: ‘Hemos oído a éste pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios’. De esta forma amotinaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas; vinieron de improviso, le prendieron y le condujeron al Sanedrín. Presentaron entonces testigos falsos que declararon: ‘Este hombre no para de hablar en contra del Lugar santo y de la Ley; pues le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos transmitió’.” (Hch. 6, 914).
Esteban realiza en su defensa un largo discurso cargado de emotividad, pero no sólo, sino también de erudición, que hace pensar en una esmerada educación del protomártir, la cual han situado algunos en la misma escuela de Gamaliel, maestro que es también de Pablo (Hch. 22, 3). Discurso que, sin embargo, no hace otra cosa que terminar de irritar a sus compatriotas. Y esto es lo que ocurre:
“Mientras oían estas cosas, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: ‘Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios’. Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y todos a una se abalanzaron sobre él; le arrastraron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos depusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo” (Hch. 6, 54-58).
Especialmente literario el modo en que Lucas describe su muerte:
“Y diciendo esto, se durmió”. (Hch. 6, 61).
Llamativas las últimas palabras del protomártir:
“Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’. Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: ‘Señor, no les tengas en cuenta este pecado’” (Hch. 6, 59-60).
Calcadas de las de Jesús en la cruz:
“Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc. 23, 46).
Y también:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34).
Curiosamente, recogidas las dos por el mismo autor de los Hechos, Lucas.
En cuanto al momento en el que todo esto sucede, la Biblia de Jerusalén lo sitúa en el año 34, es decir unos cuatro años después de la crucifixión de Jesús, provisto que la misma tiene lugar el 7 de abril del año 30 según la cronología aportada por la misma obra (pinche aquí para conocer los argumentos que justifican la obtención de esta fecha). Para ese entonces, la persecución de los cristianos conoce ya algunos episodios: el juicio de Pedro y Juan ante el sanedrín (Hch. 4, 1-22), el prendimiento y flagelación de los apóstoles (Hch. 5, 17-40), pero ningún muerto todavía.
Precisamente la desaparición de Esteban sirve a Lucas para introducir en la escena al personaje fundamental de la comunidad protocristiana.
“Los testigos depusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo […] Saulo aprobaba su muerte” (Hch. 7, 58-8, 1).
En el año 415, un sacerdote de nombre Luciano recibe la revelación del emplazamiento de la tumba del protomártir en Caphar Gamala, al norte de Jerusalén. Las reliquias son llevadas a la iglesia de Monte Sión, y luego, en 460, a la basílica erigida por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco, lugar donde según la tradición habría tenido lugar la lapidación, aunque otra tradición sitúa el mismo episodio cerca de la puerta llamada de San Esteban, al este de Jerusalén.
Y bien amigos, con la importantísima figura de Esteban les dejo por hoy no sin desearles, deseándoles una vez más que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. ¡Hasta mañana!
©L.A.
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