Se acaban de publicar los datos sobre la vida religiosa femenina en Estados Unidos. Se refieren a las monjas de vida activa. Son datos oficiales, hechos públicos por el Vaticano, así que no se les puede achacar de alarmistas o sesgados. Son datos terribles. Después del Concilio, las monjas norteamericanas eran 125.000 y hoy son 50.000. Y lo que es peor, la edad media es de setenta años, por lo que cabe deducir que más de la mitad están jubiladas y necesitan ser atendidas por una parte de las restantes. Por si fuera poco, no hay apenas vocaciones, por lo que probablemente en una década se habrán reducido a 30.000 y con una edad media cercana a los 80 años.
La cuestión no está en saber lo que pasa, sino en por qué se ha llegado a esta situación. Es cierto que el secularismo ha afectado mucho más a la mujer consagrada que al hombre consagrado, pues éste ha podido mantener algunos signos de identidad en torno al sacerdocio. Pero lo que ha agravado la situación ha sido el enorme influjo que en las monjas norteamericanas ha tenido el feminismo radical. De hecho, está aún en curso una investigación encargada por el Vaticano a los obispos norteamericanos sobre la deriva ideológica de buena parte de las religiosas de ese país. No encuentro otra palabra que defina lo que les ha pasado más que la locura. Se han vuelto, literalmente, locas. Se han convertido en las abanderadas del aborto, han abandonado la forma de oración católica para adentrarse en el yoga, el zen o el reiki, niegan la divinidad de Cristo o llegan incluso a rechazarle como modelo porque le acusan de machista, piden el sacerdocio femenino y, por supuesto, están en contra de las enseñanzas del Magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. ¿Puede "eso" considerarse vida religiosa? ¿Hay que lamentar que desaparezca? Sin juzgar a las personas, que es una tarea que le compete sólo a Dios, el resultado no puede ser más desolador y la consecuencia final hay que recibirla como algo lógico, ya que no tiene sentido que sigan existiendo "monjas" que han dejado de ser las esposas de Cristo para convertirse en defensoras del aborto.
Hace unos días me hablaban de una religiosa que estaba entusiasmada porque ahora en la Iglesia por fin iban a caber todos. No sabía yo que eso no fuera así antes. En la Iglesia siempre han cabido todos, pues de lo contrario no sería la Iglesia de Jesucristo, que vino a salvar a todos los hombres y que tenía predilección por rescatar y curar a las ovejas perdidas. El problema no es ese, aunque la monja citada no tenga las luces suficientes para darse cuenta de ello. El problema es que cuando esa monja habla de una Iglesia para todos, lo que quiere decir es una Iglesia de rebajas en la que no existan normas morales objetivas y en la que se acepte sin discernir todo lo que el mundo secularizado de hoy nos ofrece. Ella, la pobre, piensa que así la Iglesia se va a llenar y que van a venir todos. Vamos como unos grandes almacenes cualquiera, que cuanto tiran los precios venden y ganan más. Pero, aparte de que eso es falso, esa Iglesia, le diría a la monja y a los que piensan como ella, ya existe. Se llama Iglesia anglicana. El futuro de esa comunidad eclesial -pues en realidad no es una Iglesia- es el mismo que el de las monjas norteamericanas: la desaparición. ¿Es ahí a donde se quiere conducir a la Iglesia católica? ¿Son los anglicanos nuestro modelo para el futuro? Porque si es así, ya sabemos cuál va a ser el resultado. Si alguno creyó de buena fe, en el ingenuo e inmediato posconcilio, que permitiéndolo todo iba a venir más gente a la Iglesia, a la vista de la situación debería reconocer que se ha equivocado. Las monjas feministas y progresistas, no han tenido vocaciones y las iglesias liberales están vacías. Hoy en día, seguir insistiendo en que debemos ser permisivos para ser más o al menos para sobrevivir no es ignorancia, ni siquiera es tontería. Es pura maldad. El tiempo de la inocencia se acabó. O la Iglesia es fiel a Jesucristo, es levadura en la masa, es luz en la oscuridad, o no tiene sentido su existencia. Si es fiel a Jesucristo, sobrevivirá, como una minoría ciertamente, pero sobrevivirá. Si no lo es, morirá. Eso sí, morirá entre los aplausos del público al principio y entre sus burlas al final, cuando le dé el último empujón a lo que quede de aquella que fue la esposa de Cristo y que ha quedado reducida a un mero espantajo. La opción, aunque muchos no se quieran enterar, no es ser permisivos para ser mayoría o ser fieles a Cristo y ser minoría. La opción es ser minoría (siendo fieles a Cristo) o desaparecer. Lo de que si somos permisivos seremos mayoría eso ya no se lo puede creer nadie. Y si no que se lo pregunten a los anglicanos.