Tal día como hoy la
Virgen María daba a luz un niño que cabe sospechar precioso en un perdido pesebre en la ciudad de Belén:
“Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc. 2, 4-7).
El parto tenía algo de anómalo, pues el padre no había tenido participación alguna en la concepción de la criatura que estaba naciendo. El prolijo
Lucas no explica la reacción de ese padre el día que conoció que su esposa estaba embarazada pero que el hijo no era de él. Sí lo hace, con muy buen criterio,
Mateo:
“María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado” (Mt. 1, 1819).
Una situación que se resuelve finalmente de manera mucho menos dramática de lo que habría cabido esperar:
“
Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’” (Mt. 1, 20-21).
La pregunta que hoy me formulo es la siguiente. Si
José no hubiera sido el hombre
“justo” del que
Mateo habla y hubiera hecho lo que muchos judíos de su época en su lugar, a saber, denunciar a su mujer, ¿cuáles habrían sido las consecuencias de semejante denuncia?
Pues bien, no hace falta echarle excesiva imaginación para conocer perfectamente lo que habría ocurrido, porque con claridad meridiana lo especifica el
Deuteronomio:
“Si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran: a la joven por no haber pedido socorro en la ciudad, y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo” (Dt. 22, 23-24)
María podría haber intentado un treta en su defensa: que había sido violada y que tal violación había tenido lugar en el campo, lo que habría dado lugar a esta consecuencia:
“Pero si ha sido en el campo donde el hombre ha encontrado a la joven prometida, y la ha forzado y se ha acostado con ella, sólo morirá el hombre que se acostó con ella; no harás nada a la joven: no hay en ella pecado que merezca la muerte” (Dt. 22, 25-26)
Pero para ello tendría que haber denunciado, como se ve, a un hombre concreto, y luego hacer valer su palabra de mujer sobre la más valiosa del hombre acusado (
sobre el valor de la palabra de la mujer en tiempos de Jesús, puede Vd. conocer más pinchando aquí).
La situación habría sido algo distinta si
María no hubiese estado prometida a José, -lo que no es así porque con toda claridad nos lo explican tanto Mateo (ver Mt. 1, 18) como Lucas (Lc. 1, 27)-, caso en el cual, la solución podría haber sido más benévola:
“Si un hombre encuentra a una joven virgen no prometida, la agarra y se acuesta con ella, y son sorprendidos, el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata y ella será su mujer, porque la ha violado, y no podrá repudiarla en toda su vida”. (Dt. 22, 28-29)
Y bien ¿pura teoría? Ni muchísimo menos: la pura realidad cotidiana de los judíos que conoció
Jesús. Muy probablemente éste estaba acordándose de su padre
José cuando aquella temprana madrugada en el
Templo le acontece lo que le acontece:
“De madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: ‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?’. Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: ‘Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra’. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: ‘Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?’. Ella respondió: ‘Nadie, Señor’. Jesús le dijo: ‘Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más’” (Jn. 8. 111).
Y bien amigos, con esta reflexión les dejo por hoy no sin desearles que tengan Vds. una muy feliz Navidad, en compañía de todas aquellas personas a las que Vd. quiere y que le quieren a Vd., deseándoles más que nunca que también hoy, precisamente hoy, hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.
©L.A.
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