Sin duda, los afanes humanos son importantes para nosotros, pero olvidamos la causa de todo esto. La Verdad y la Luz que aparta las tinieblas de nuestro egoísmo y lava las suciedades de nuestro corazón ¿Qué mayor riqueza que la sencillez y la humildad que la que espera ser transformada por Cristo?
¡Acostad a vuestro niño en un pesebre, envolvedlo en pañales, porque estos pañales son toda nuestra riqueza. Los pañales del Señor son más preciosos que la púrpura. Su pesebre más regio que los tronos dorados de los reyes. La pobreza de Cristo sobrepasa en valor todas las fortunas y todos los tesoros.
En efecto, ¿hay riqueza más preciosa que esta humildad que nos hace posible ganar el Reino de los Cielos y adquirir la gracia divina? Está escrito: “Dichosos los pobres en el espíritu porque el Reino de los Cielos es para ellos.” (Mt 5,3) y el apóstol afirma: “Dios resiste al orgulloso y concede su gracia al humilde.” (Sant 4,6) Mirad con qué insistencia el nacimiento del Salvador nos recomienda la humildad. Viniendo a este mundo se anonadó a sí mismo y tomó forma de esclavo, pasando por un hombre cualquiera. (Fl 2,7)
¿Queréis ver riquezas aún más abundantes?...”No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.” (Jn 15,13) Las riquezas de nuestra salvación y de nuestra gloria están en la sangre preciosa que nos ha rescatado y en la cruz del Señor. (San Bernardo de Claraval. Sermón 4)
La pobreza de Cristo es abundancia, su sencillez es la plenitud del universo, su humildad es la justicia del Reino. ¿Qué hacemos mirándonos a nosotros mismos si dentro de pocas horas nacerá entre nosotros Dios? ¿Qué hacemos acusando a los demás, si ellos son están hechos nuestra misma carne?
El mejor de los regalos de Cristo es darnos a conocer en Amor de Dios. Un Amor tan inmenso que no tiene medida humana. Un Amor que le llevó a encarnarse y vivir con y como nosotros para sentir, como nosotros, el peso de nuestras limitaciones. Pero el Amor nos hace trascender estas limitaciones. Un Amor que nos permite ver en nosotros los defectos y enfermedades, que vemos en los demás. La única reforma que Dios desea para nosotros es la conversión. Cualquier otra reforma no es más que blanquear los sepulcros y cubrir la corruptibilidad con un paño de seda.
Miremos a Cristo nacer en un establo y reposar en un pesebre. ¿Qué mejor visión de la provisionalidad de nuestra propia vida? ¿Qué mayor esperanza que saber que Dios está dispuesto a nacer entre el estiércol de nuestros reproches y nuestra soberbia? ¿Qué mayor esperanza que esperar que esas limitaciones no sean el obstáculo para que Cristo nazca en nuestro corazón?
Las estructuras humanas son como el establo, sirven para albergar y resguardar a quienes vivimos en este mundo, pero nunca serán más que eso, un establo que espera ver nacer a Dios mismo en su interior. De poco vale que el burro acuse al buey de sus limitaciones y actos innobles, ya que estas acusaciones no cambiarán la naturaleza de uno ni de otro. Es Cristo el que viene a cambiar, transformar, iluminar y limpiar lo que antes estaba manchado y perdido.
Quizás el mejor regalo de Navidad a nuestros hermanos, sea sentir que en nosotros están todos sus defectos e infidelidades. Con esa humildad, esperar que en nuestro establo-corazón sea el lugar donde Cristo va a nacer cada día del resto de nuestra vida.