Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: Abba! (Padre) (Gal 4,6).
Al acercarnos a recibir el don eucarístico, la antífona de esta solemnidad de la Santísima Trinidad nos recuerda que los creyentes no solamente recibimos el don del Cuerpo de Cristo, sino que también hemos recibido el don de haber sido hechos hijos y haber recibido el Espíritu. La comunión es, por un lado, afianzamiento de lo que somos, pues los hijos por adopción comulgan al Hijo eterno del Padre. Pero al comer al Hijo, también alimentamos nuestra condición filial; la comunión es acrecentamiento de lo que ya somos por gracia. Pero además del don del Hijo en la eucaristía, hemos recibido también del Padre, por medio de Cristo, el don del Espíritu, que es el Espíritu de su Hijo. La comunión eucarística es una experiencia profundamente trinitaria. En el Espíritu, podemos decir amén, confesar que es el Hijo eterno del Padre cuyo Cuerpo está verdadera, real y sustancialmente presente y recibirlo como tal. Pero nuestra acción de gracias, hecha también en el Espíritu, al haber comulgado al Hijo, al estar en comunión con Él, debería de ser una pregustación, un anticipo del diálogo de amor trinitario que viviremos en la eternidad. ¡Qué hermosa acción de gracias que, estando unidos al Hijo, el Espíritu clame en nosotros : Abba!