Actualmente tenemos muy olvidado que nuestra fe se sostiene en Misterios mostrados y revelados hasta el punto que podemos aceptarlos. La Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, conforman la base de la fe que debería ser común a todos nosotros. No lo digo yo, sino los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, San Ireneo de Lyon:
Mirad cuál es la regla de nuestra fe, la que funda nuestro edificio, la que da firmeza a nuestra forma de comportarnos. Primero: Dios Padre, increado, ilimitado, invisible; Dios uno, creador del universo; este es el primer artículo de nuestra fe. Segundo artículo: el Verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo, nuestro Señor; fue revelado a los profetas de acuerdo con el género de sus profecías y según el designio del Padre; todo fue hecho por medio de él; al final de los tiempos, para recapitular todas las cosas, se dignó hacerse hombre entre los humanos, visible, palpable, y así destruir la muerte y hacer aparecer la vida y obrar la reconciliación entre Dios y el hombre. Y el tercer artículo: el Espíritu Santo; por medio de Él han profetizado los profetas, nuestros padres han conocido las cosas de Dios y los justos han sido guiados por los caminos de la justicia; al final de los tiempos fue derramado de una manera nueva sobre los hombres a fin de ser renovados por Dios en toda la tierra. (San Ireneo de Lyon. Demostración de la predicación apostólica, 6-8)
San Ireneo señala el Misterio Trinitario de forma sencilla y al mismo tiempo, profunda. Creemos en un solo Dios, compuesto por tres Personas divinas. Cada persona es diferente, conforman un solo Dios. Este Misterio es dogma. Es decir, es algo que debemos creer todos de forma común y homogénea. Lo dice el mismo Catecismo de la Iglesia:
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804).
Seguramente haya muchas personas que se pregunten la razón de darle tanta importancia a algo que no tiene aplicación socio-cultural en nuestra vida cotidiana. Aunque podamos enunciar el Dogma Trinitario, sigue siendo un Misterio insondable. Un Misterio imposible de entender por el limitado intelecto humano. Tan imposible de entender, que preferimos olvidarlo y dedicarnos a cosas más útiles o emotivamente relevantes. Gracias a Dios, este Misterio sigue recordándose en la solemnidad de hoy domingo.
Entonces ¿Para qué nos sirve conocer la existencia de la Santísima Trinidad? Nos sirve para darnos cuenta que nada podemos sin el Padre, sin el Hijo y sin el Espíritu Santo. Nos sirve para darnos cuenta que nuestras fuerzas sólo son reflejo de la Voluntad de Dios y de su misericordia. El mismo bautismo se realiza en Nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es decir, nacemos a la fe desde la Trinidad y con la Trinidad.
De nuevo, el Catecismo nos dice:
59 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las Personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rm 8,14).
¿Empezamos a darnos cuenta de la razón por la que hacemos el signo de la Cruz en Nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo? Trazar sobre nosotros el signo de la Cruz y en Nombre de la Trinidad, nos renueva como símbolos vivos de Dios en la tierra. Si somos símbolos vivos, podremos llevar la Buena Noticia a todas las naciones y hacer discípulos. Si trazamos el signo de la cruz de forma costumbrista o incluso dándole un significado mágico, todavía necesitamos nacer de nuevo el Agua y del Espíritu.