Ignacio se lo toma tan bien que ya ni se presenta. Cela aprovechó el Nobel para ajustar cuentas a su manera con quienes le negaban el Cervantes, pero Camacho, que es hombre tranquilo, utiliza contra el régimen una prosa elegante en artículos azul marino en los que deja constancia que un adjetivo en su sitio equivale a dos buenos exabruptos. En sus manos los adjetivos tienen la suavidad del colibrí y la contundencia del taladro. Son, por así decirlo, como un beso en la frente que encierra una noche loca.
Huelga decir que si en lugar de honrar su excelencia el régimen le ningunea, el que se ningunea es el régimen, incapaz de premiar el mérito si no va acompañado de la adhesión. Tengo para mí que la cultura oficial andaluza sólo concedería el laurel a Petrarca si fuera Susana la que inclinara los ojos que entrecierra Laura. Ni siquiera Saavedra recibiría aquí agasajo, salvo que renegará de su pasado de derechas. En concreto, de su participación en Lepanto, el Irak de la época.