El ciprés es un naranjo que ha leído a Sartre. El mundo, hoy, es, muy a su pesar, un lugar de naranjos conversos, de gentes tristes, de protagonistas, según el atinado análisis del Papa, quien otorga a la tristeza un papel relevante en el ego. Ni que decir tiene que la incidencia de la tristeza en la autoestima se deriva de la lástima que suscita el hombre que se apalea a sí mismo para aparecer como víctima en la contraportada de las revistas de autoayuda.
La tristeza, que es el la célula madre de la desesperación, campa a sus anchas. No hay más que observar a los pasajeros del metro a media mañana o a los parroquianos del bar a media tarde ¿Es una tristeza económica?: no, aunque a nadie le gusta quedarse sin postre. Es la tristeza espiritual del que observa el mundo con ojos de extranjero en lugar de con la mirada universal de Santa Teresa. El naranjo que lee a Sartre ha olvidado lo bueno que es el azahar para la vista.