Después de conocer ayer lo que sobre la figura de Lázaro nos dice San Juan, único evangelista que se refiere a él (pinche aquí para conocer todo lo que sobre él nos cuenta), corresponde hoy entrar en lo que sobre su trayectoria postevangélica ha consolidado la tradición cristiana, que no es poco.
 
            Las fuentes más antiguas que se conocen sobre Lázaro, no siendo el Evangelio, son dos: una supuesta carta del Papa Benedicto IX con ocasión de la consagración de la iglesia de San Víctor, en Marsella, y una obra del inglés nacido en Essex y trasladado a Arles en Francia, Gervasio de Tilbury (h.1150-h.1228), titulada “Otia imperialia” “Ocios del Emperador”, dedicada al Emperador Otón IV, escrita entre 1210 y 1214, a partir de las cuales, se conforma la tradición que recoge el gran tratado hagiográfico medieval que es la “Leyenda Aurea” del dominico Jacobo De la Vorágine (12281298).

            En cuanto a sus datos civiles, Lázaro aparece como hermano de Marta y de María, una María que durante mucho tiempo se ha identificado en la tradición de la Iglesia con María Magdalena (pinche aquí para conocer un poco mejor a este importantísimo personaje del protocristianismo). De la Vorágine lo convierte en “hijo de Siro y Eucaria”, de noble y regia estirpe, militar de profesión y dueño de gran parte de la ciudad de Jerusalén, desahogada posición que deriva, con toda seguridad, del detalle contenido en el Evangelio en el que Juan explica que “entonces María [la hermana de Lázaro], tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos” (Jn. 12, 3).
 
            Es tradición muy consolidada la historia que nos cuenta De la Vorágine:
 


  
            “Después de la Ascensión del Señor se desencadenó una grave persecución contra los cristianos. Los judíos prendieron a Lázaro, a sus hermanas y a muchísimos creyentes, los embarcaron en un navío, condujeron la nave hasta alta mar y allí la dejaron abandonada a su suerte, sin remos, sin velas, sin timón, a merced de las olas y con la mal intención de que naufragase para que perecieses todos sus ocupantes; pero un ángel enviado por Dios se hizo cargo de la embarcación y la condujo hasta el puerto de Marsella, en donde todos sus pasajeros desembarcaron” (op. cit. 235).
 
            Que Lázaro fuera uno de los primeros en ser perseguido poco tiene de particular, y de hecho, viene ya anticipado en el Evangelio de Juan, donde con ocasión de la visita que le realiza Jesús seis días antes de la Pascua final se dice que “los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (Jn. 12, 11).

            Continúa De la Vorágine diciendo que “en esta mencionada ciudad [Marsella] predicó Lázaro el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, organizó la Iglesia marsellesa, fue su primer obispo, convirtió a las gentes de aquel país, y después de una vida santa murió por segunda vez y emigró al Señor el año 13 del imperio de Claudio. Sus restos se conservan con suma veneración en la ciudad de Marsella”
 
            Otra tradición habla de que durante la primera persecución de los cristianos en tiempos de Nerón, Lázaro se escondió en una cripta, sobre la cual se construiría en el s. V la abadía de San Víctor. En dicha cripta se ha descubierto un epitafio de esa misma época informando sobre un obispo de nombre Lázaro, que bien puede referirse al amigo de Jesús, único hombre de la historia muerto dos veces (bueno, junto a la hija de Jairo y al de la viuda de Naim), o a otro obispo de la región del propio s. V.
 
            Curiosamente no se atribuye a Lázaro de Betania ningún escrito apócrifo conocido, siendo como es, tanto por su cercanía con Jesús como por el extraordinario prodigio del que fue objeto, personaje propicio a atribución de semejante tipo de literatura.
 
            Y con esto pongo punto y seguido por hoy, no sin desearles, como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más, y si podemos, mejor.
 
 
            ©L.A.
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