“Velad, pues, y orad en todo tiempo...” (Lc 21,36) - Ora antes de que descanse tu cuerpo en la cama. Y luego, a medianoche, levántate, lávate las manos con agua y ora. Y si tu mujer está presente, orad los dos juntos. Si ella, por lo contrario, no es todavía creyente, retírate a otra habitación para orar, luego, vuelve a tu cama. No seas remiso en la oración...
Hay que orar en esta hora de la noche porque nuestros padres antiguos, de quienes hemos recibido esta tradición, nos enseñaron que en esta hora toda la creación descansa un instante para alabar al Señor. Las estrellas, los árboles y las aguas se detienen un instante y todos los coros de los ángeles que sirven a Dios lo alaban en esta hora junto con los justos. Por esto, los creyentes se apresuran a orar en esta hora.
Dando testimonio de todo esto, el Señor dijo: “A medianoche se oyó un grito: -Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro.-“ (Mt 25,6) Y continúa diciendo: “Así, pues, vigilad, porque no sabéis el día ni la hora.” (Mt 25,13) Al canto del gallo, en la madrugada, cuando te levantes, ¡ora también! (San Hipólito de Roma. La tradición apostólica, 41; SC 11)
Llevemos las palabras de San Hipólito a la espera del nacimiento de Cristo. El momento en el que debiéramos orar, es el momento en que “las estrellas, los árboles y las aguas se detienen un instante y todos los coros de los ángeles que sirven a Dios lo alaban en esta hora junto con los justos”. El momento de orar es el momento en que la creación se arrodilla ante Dios y le alaba. El momento de orar es el momento culmen de la espera. El momento en que al esperanza brilla más que en otro momento. A media noche, cuando la noche alcanza su apogeo, es el momento de orar. Cuando todo parece oscuro, lejano e imposible, es el momento de orar.
Después de orar, debemos volver al descanso diario, ya que es necesario para que nuestra vida discurra de forma sana y equilibrada. En mitad de la noche, es cuando las doncellas inteligentes, llevan sus candiles encendidos para que le novio las encuentre. Es el momento en que Cristo habla con Nicodemo para decirle que tiene “nacer del Agua y del Espíritu”. Es el momento en que Cristo ora en el Huerto de los Olivos, esperando que la Voluntad de Dios sea la que prevalezca.
El mundo no necesita el nacimiento de Cristo, por lo que se dedica a hacer ruido, hacernos correr en busca de regalos, preocuparnos por la comida que queremos celebrar y obligarnos a encontrar tiempo para que todo salga perfecto. Que triste preparar la Navidad a base de ruidos, carreras y compras a toda velocidad. Que triste no llegar a orar al Señor justo en ese momento de oscuridad, en el que más necesitamos de su Gracia. La oportunidad la tenemos en nuestra mano, pero con la tensión de los compromisos, somos capaces de negar tres y trescientas veces a Cristo.
El Adviento es un tiempo privilegiado para orar. Sobre todo, cuando se nos echa encima el tsunami consumista.