El término monoteísmo es mucho más conocido que el de monolatrismo, y sin embargo ambos tienen pareja importancia. El monoteísta, es aquel que solo admite a un único Dios verdadero, Creador de todo lo visible y lo invisible y por el reconocimiento de Él como único y verdadero Dios, cumplimentando su voluntad se puede llegar a la eterna felicidad. El monólatra, cree que su dios es aquel, al que debe de adorar y seguir, pero admite la existencia de otros dioses en otras religiones, tan verdaderos como el suyo, y a los que adoran otras personas, y le parece lógica y acertada esta opinión, aunque este no sea su camino. Veamos El monólatra cree que Dios se manifiesta de diferentes formas y en diferentes religiones. El monolatrismo al final, viene a ser una forma del politeísmo, con la diferencia de que el politeísta piensa que se trata de dioses diferentes, y el monólatra piensa que es el mismo dios, que quiere que se llegue a él por medio de distintas religiones. El pueblo israelita inicialmente era monólatra, así por ejemplo, los tres grandes patriarcas Abraham, Issac y Jacob, reconocidos por las llamadas tres grandes religiones monoteístas: judíos, cristianos y musulmanes, eran monólatras. Los israelitas antes del destierro de Nabucodonosor, a Babilonia, donde estuvieron setenta años, pensaban que los dioses de otros pueblos, existían de veras. Por ejemplo, creían que además de Yahvé (su propio Dios), existía Baal (dios de los cananeos), Kemosh (dios de los moabitas), Marduk (dios de los babilonios), Amón (dios de los egipcios). Se establecía una especie de competición entre dioses, para ver cual era el más poderoso. Así tenemos como ejemplo de esta situación, la competición que en tiempos del rey Ajab, se organizó en el monte Carmelo entre 450 sacerdotes del dios Baal y el profeta Elías en nombre de Yahvéh, que terminó con el triunfo del Dios de Elías y la degollación en el torrente de Quisón, de los 450 servidores de Baal (2Reyes 18,17-40). Los israelitas no eran, pues, monoteístas, como suele decirse (no creían en la existencia de un solo Dios), sino monólatras (creían que existían muchos dioses, pero ellos adoraban solo a uno). Hasta después de la vuelta del destierro de Babilonia, el pueblo judío no cambió su monolatrismo por el monoteísmo. Cuando nuestro Señor llegó a Tierra santa, el pueblo judío ya era fervientemente monoteísta. Que le pregunten a un piadoso musulmán, si un cristiano puede salvarse al margen del Corán, ¡ya verá lo que le responde! Para él solo hay un dios que es Alá y Mahoma su profeta. En cambio los católicos en un desmedido afán ecumenista, estamos caminando, sin darnos cuenta para atrás, estamos caminando hacia un nuevo monolatrismo. Tantas reuniones y deseos, por otra parte muy laudables, de recuperar la unión de los cristianos, está llevando a muchos responsables a una especie de “síndrome de Estocolmo”, a juzgar por lo que uno lee y escucha. Nosotros los católicos, no somos monólatras, estamos en la posesión de la verdad, y no tenemos que avergonzarnos de ellos ni pedir perdón a nadie por amar al Señor. El papa nuestro papa, nos guste o no nos guste, y que conste que personalmente yo estoy encantado con él y con su antecesor Juan Pablo II, es el heredero directo de San Pedro, él es el Vicario de Cristo en la tierra y a él también el Señor le ha dicho: “Y Yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán frente a ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedara desatado en los Cielos”. (Mt 16,13-20). El Espíritu Santo, nos ha hecho el regalo de nuestros dogmas, y entre ellos uno muy importante a este respecto: “el de la infalibilidad pontificia”, que a muchos les gustaría poder sacrificar en el altar de un mal entendido ecumenismo. Gracias a Dios nuestros dogmas son la barrera que nos garantizan, frente a todo exceso. No debemos de olvidar que desde hace siglos se ha practicado en la Iglesia un sano ecumenismo, con un distinto planteamiento del que actualmente se quiere organizar. Han sido muchos los misioneros católicos que a riesgo de su propia vida han devuelto al redil, de la cátedra de Pedro, más de una Iglesia ortodoxa. Fruto de este sano ecumenismo son una serie de Iglesias, que siendo inicialmente ortodoxas, poco a poco han ido aceptando el magisterio y la autoridad pontificia, cual es el caso por ejemplo de la Iglesia greco-católica, o de la Iglesia católica Rutena, y otras muchas más, que no son del caso enumerar exhaustivamente. Que nadie piense que estoy contra el ecumenismo, qué más quisiera yo que todos los cristianos fuésemos de verdad hermanos, pero seamos conscientes, esto no es una labor que se pueda finalizar en unos años, sino que siempre serán necesarios, cientos de años. Antes ya hemos sufrido herejías que parecían muy fuertes, como por ejemplo el arrianismo. Pero quién se acuerda ya de los arrianos. ¿Acaso la Iglesia católica de aquellos tiempos, hizo política ecuménica con los arrianos? ¿Acaso San Atanasio, martillo de herejes cedió un ápice en la firmeza de sus convicciones? Será cuestión de tiempo, pero todas estas herejías que ahora vemos tan prepotentes, o nos imaginamos que lo son, terminarán disolviéndose como un azucarillo en el agua. La Iglesia católica, y hace muy bien, no quiere hacer triunfalismo, por ejemplo, de los numerosos anglicanos de sano juicio y buena fe que han pedido su ingreso en el catolicismo, a la vista de todas esas ordenaciones de mujeres o de clérigos o pastores homosexuales. Son tremendas las diferencias que nos separan y desgraciadamente el demonio aún las ahonda más y trata como siempre, de sacar tajada de esta situación. Seamos prudentes, apartémonos del camino del monolatrismo, pues se está creando la idea en el pueblo católico, de que todas las religiones son suficientes para llegar al cielo. Y sobre todo el dogma, ni mencionarlo, ni dudar un momento de él, ni tratar de darle la vuelta como hacen los políticos con las segundas lecturas. Nunca el fin ha justificado los medios, por muy querido que sea el fin, por parte de todos. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.