El otro día leí una entrevista breve, pero muy interesante, a Dominique Rey, obispo de Toulon. En ella, no solamente acertaba a calificar el punto de partida y el de destino en el cómo de la evangelización, sino que también hablaba de la configuración de ésta. Aunque nada de esto sea novedad; lo que no es frecuente es que los obispos hablen de ello y lo hagan con tanta claridad. De una situación de gestión y mantenimiento, decía, hay que pasar a una de engendramiento. ¿Pero cómo? Para él, hay un momento fundamental, que Dios toque el corazón de la cabeza de la diócesis, que es el obispo. Entonces, la vida de ésta tiene unas posibilidades de cambio impensables de otro modo. El dibujo que él hace es sencillo: "La clave está en insistir en el kerygma, el primer anuncio cristiano. Primero va el kerygma o anuncio, luego la didaché o catequesis, después la vida sacramental y litúrgica y por fin entrar en la vida de servicio o diaconía. Ése es el orden eficaz hoy: pero primero, el kerygma". Qué interesante sería que los que se encargan de presentar las ternas al Papa para nombrar obispos se fijaran en quienes ya tengan así tocado el corazón, aunque no tuvieran el doctorado en teología. Esto supone, en realidad, unos cambios muy profundos en los que no entra el pastor francés. Intentaré sacar algunas consecuencias. El planteamiento que él hace conlleva una serie de etapas en la vida del creyente. La primera de las cuales es que antes de serlo no lo es; por perogrullesco que parezca, esto es fundamental. Y también que la vida de fe no está marcada por la edad biológica, sino que tiene un ritmo distinto. Por consiguiente, este obispo hace un planteamiento que requiere discernimiento y diferenciación. Lo cual no es nada novedoso, está presente en infinidad de documentos de la Iglesia. Pero aún o no nos hemos enterado o hemos preferido mirar a otro sitio. A cada uno, hay que darle lo que necesita. Lo decisivo es dónde está la persona. Si no es creyente, da igual la edad que tenga o que haya hecho tres años de "catequesis", lo que tiene que escuchar es el primer anuncio del evangelio. Si ha empezado a creer, lo que no viene definido ni por la fecha de nacimiento ni por los años en un grupo parroquial, entonces es cuando podrá recibir catequesis. Antes, aunque haya estado haciendo algo con ese nombre, en realidad, no ha recibido catequesis, pues para ello se precisa una fe inicial viva. ¡Cuántos no quieren ser cristianos y hasta reciben los sacramentos de la iniciación cristiana! Una vez madurada suficientemente la fe en la etapa catecumenal, empieza un nuevo período. Entonces, si no había recibido antes los sacramentos, es cuando está en verdadera disposición para hacerlo. Ahora empieza la etapa propiamente pastoral y en la que, después de haber sido receptor, se convierte en misionero, catequista, o la tarea a que esté llamado. Pero este planteamiento requiere algo más. Quien ha madurado su fe tiene que encontrarse con la posibilidad de vivirla. ¿Qué quiero decir con esto? No dudo que podrá participar en la eucaristía dominical, escuchar la predicación, confesarse, etc. A lo que me estoy refiriendo es a vivir con otros su fe. Los cristianos no somos francotiradores, entre nosotros tenemos que amarnos como Jesús lo ha hecho; en esto conocerán que somos sus discípulos. La vida comunitaria de la fe no es un suplemento lujoso, es un mandato del Señor, una necesidad del creyente y, a la vez, es imprescindible para el primer anuncio del evangelio. ¡Cuánto por hacer y qué hermoso!