Si me amáis, guardaréis mis mandamientos -dice el Señor-. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros. Aleluya. (Jn 14,15s).La antífona de comunión de este domingo, lo mismo que en el evangelio, son unas palabras de Jesús en la Última cena. Como los discípulos en el cenáculo, al ir nosotros a comulgar, escuchamos palabras de la primera eucaristía. La comunión es un acto de amor, Jesús nos ha amado primero y es su donación la que nos mueve a amarle, nos atrae hacia sí. "Si me amáis". Si de verdad es un acto de amor a Cristo, la comunión va unida al cumplimiento de los mandamientos del Señor, es decir, que nuestra vida será también una comunión con el cuerpo de Cristo que es la Iglesia: "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12). Un amor recíproco como el de Jesús que no se quedó en palabras o en sentimientos bonitos, sino que amó con el hecho de la entrega de sí mismo. En la eucaristía, Jesús nos hace partícipes de su sacrificio en la cruz; comulgar es entrar en comunión con esta oblación. Y una vida verdaderamente eucarística es una vida en comunión con los otros miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia; una comunión que está tejida de la entrega mutua de unos por otros. Si así fuera nuestra vida, si fuera vida comunitaria, quienes no creen asistirían diariamente, al vernos, a una procesión del Corpus. Y, cuando nos acercamos a recibir el don eucarístico, que es Jesús mismo, nos habla de otro don: Jesús en la eucaristía está con su costado abierto. Si estamos en esa comunión de amor con Él y entre nosotros, el pedirá al Padre otro defensor. La eucaristía es el manadero del Espíritu. Vamos a recibir a Jesús y Él con sus palabras nos abre el deseo del don del Espíritu. En su misterio pascual, Jesús se nos da y nos da el Espíritu. [Otras glosas a antífonas de comunión podéis encontrarlas aquí]