San Agustín nos señala la importancia de los sacramentos como precursores de Cristo y utiliza el signo de Juan el Bautista como explicarlo:
Hermanos, la ley y los profetas contenían, hasta llegar Juan, unos signos que tenían por finalidad anunciar el porvenir. Los signos de la nueva ley, en cambio, los sacramentos de nuestro tiempo, atestiguan la venida de lo que anunciaron los antiguos. Y Juan es entre todos los precursores de Cristo el que lo anuncia como inminente…
En efecto, los justos de los primeros tiempos tan sólo gozaban del favor de anunciar a Cristo; Juan Bautista, en cambio, tuvo la gracia de anunciarlo cuando todavía estaba lejos, y de verlo, por fin, presente. Juan ha visto sin velo a aquel que los otros anhelaban ver. De hecho, el signo de su bautismo pertenece todavía a la era del anuncio de Cristo que viene, si bien en el último extremo de esta espera. Hasta Juan existían las predicciones de la venida del Señor; ahora, después de Juan, esta venida de Cristo no se predice, se proclama. (San Agustín. Tratado contra los donatistas, II)
Los sacramentos son signos que Cristo con el objetivo de hacer evidente que la Gracia de Dios llega a nosotros. Una vez recibidos, dependiendo de lo predispuestos que estemos a ser transformados, la Gracia actúa de forma más o menos evidente. En todo caso, queda latente, esperando el momento en que estemos dispuestos a abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo.
Si nos fijamos en los siete sacramentos, bautismo, confirmación, matrimonio, orden, unción de enfermos y eucaristía, se reciben dentro de la comunidad, con un formato socio-cultural muy arraigado. La penitencia no se ha socializado, aunque se ha intentado hacer en bastantes ocasiones, de forma inadecuada. La Iglesia, sabiamente, ha señalado que esta socialización de la penitencia no es adecuada ni válida.
Hoy en día, los católicos estamos pensado en considerar los sacramentos como elementos de cohesión y pertenencia social. Vivimos tiempos en que lo social se ha convertido en prioritario. Todos queremos pertenecer a alguna “tribu” postmoderna. Si nos sentimos incluidos, parece que no existimos. En la Iglesia también vivimos esta tendencia tribal que da lugar a comunidades más o menos cerradas, que viven la fe a su manera. “Lo social” se ha convertido en necesario aunque no tengamos claro si pertenece al orden profano o sagrado.
Si consideramos los sacramentos como signos sociales, estos pierden gran parte de su significado. Se convertirán en signos de pertenencia a una comunidad. Comulgar un domingo no indica que una persona sea aceptada por una comunidad o forme parte de ella, aunque actualmente muchas comunidades lo entiendan de esta forma. Si no comulgamos, no dejamos de pertenecer a la comunidad.
La esperanza del nacimiento de Cristo debería el elemento central del Adviento. Si la comunidad sustituye a Cristo, generaremos e inventaremos formas que nos hagan sentir más cómodos e integrados en el pequeño grupo humano. Creatividades que nos hacen sentir pertenencia a determinada “tribu” católica, aprovechando la Navidad como tema de fondo.
Juan El Bautista anunció a Cristo por los caminos y en el desierto. Ahora nos toca a nosotros anunciar la Gracia de Dios que se comunica a cada uno de nosotros, por medio de los sacramentos. No es una tarea sencilla en esta sociedad postmoderna en la que nos ha tocado vivir.