Entre llegar a pocos con la fantasía de Isco o a muchos con la furia de Camacho, la RAE se decanta por Iniesta de mi vida sin entender que el distintivo de calidad de El Quijote radica en la forma tanto como en el fondo. La ilustre institución olvida que con la árida prosa contemporánea como soporte gramatical las andanzas de Alonso Quijano no habrían merecido siquiera el interés de Avellaneda.
La depuración estilística ordenada por la RAE viene ser como si la academia checa decide, a fin de aproximar La Metamorfosis al entendimiento de los párvulos, transformar a Gregorio Samsa en la abeja Maya. Además, por mucho que allane el texto, no conseguirá captar la atención de un alumnado que estudia los molinos de viento, cuna de las energías renovables, en conocimiento del medio, en lugar de en la asignatura mixta en la que los incluye Cervantes, mitad literatura, mitad psiquiatría.
De modo que al castrar el gato, la RAE mata al gato. O al menos, lo deja sin lustre. Gordo, pero sin lustre. Eso sin contar con que debido al bajo nivel medio del escolar español es difícil que haya colas en los colegios de primaria para adquirir el volumen. Sin leerlo sé que, con suerte, es un libro para treintañeros supervivientes del informe Pisa. Posiblemente me equivoque, pero me da la impresión de que la mayoría de los de veinte es incapaz de interpretar adecuadamente la moraleja de Caperucita.