Después de haber hablado de la actitud de escucha de la Palabra de Dios, va bien comentar en qué consiste eso que tantas veces decimos que nuestro amigo o nuestra amiga tienen vocación.
Vocación significa llamada, invitación y cosas por el estilo. Supongamos que a Mozart lo hubiesen dedicado al deporte; podía haber sido una nulidad; o que a Messi lo hubiesen dedicado a la música; lo mismo. Cada uno nacemos con unas cualidades y según ellas tenemos unas tendencias determinadas que marcan nuestra vocación. Esto vale para la vida natural.
Pero también nos da unas gracias o cualidades sobrenaturales y con unas y otras, de alguna manera, nos indica el camino que debemos tomar en la vida. Por decirlo de algún modo, Dios no nos echa al mundo y “defiéndete” como puedas. No; nos crea con una misión concreta y personal a cada uno y, para cumplirla nos ha dado unas cualidades concretas. Poniendo un ejemplo, podríamos decir que quiere como construir su Iglesia como un mosaico grandioso en que cada uno de nosotros venimos a ser como una piedrecita dentro del mismo en el que tenemos asignado un lugar concreto.
Pero como Dios no abandona al hombre al crearlo, llega el momento en que, de un modo u otro, nos llama y nos invita a ocupar el puesto que nos ha asignado al crearnos. Es el momento de la llamada o de la vocación.
Y así decimos que unos somos llamados a dedicarnos a una profesión o a formar una familia o a dedicarnos en exclusiva al Señor en el sacerdocio o en la vida consagrada. Es lógico que sea Dios quien nos llame pues es Él quien nos ha creado para un puesto determinado en la Historia y en la Iglesia.
Por tanto, no podemos decir que hoy haya pocas vocaciones sacerdotales o consagradas; sigue habiéndolas como siempre, muchas, tantas cuantas hacen falta. Pero una cosa es tener una vocación (la tenemos todos) y otra es responder positivamente a la llamada del Señor. Y cuando decimos que en la actualidad hay pocas vocaciones, no es que digamos que Dios llama pocas veces, sino que no hay muchas respuestas positivas a la llamada del Señor al sacerdocio o a la consagración. Y es que muchos jóvenes cuando se sienten llamados para dedicarse al Señor en exclusiva, miran hacia otra parte.
Algo de esto es lo que, a mi modo de ver, está sucediendo hoy. Dios sigue llamando y el hombre sigue sin querer escuchar su llamada. Y para justificarse en su conciencia, se pregunta ¿y cómo sé yo que me llama? Pues claro que lo puedes saber. ¿Cómo puedes saberlo? ¿Lo digo? Sí, lo voy a decir. Hay como cuatro puntos que pueden indicarte el camino para encontrar tu vocación.
Primero: Tener cualidades, o sea, vivir como cristiano en serio; no ser cristiano de nombre porque has sido bautizado; y si ves que ni siquiera vas a misa, empezar a ir; no tener un genio tan vivo que nadie puede soportarte; no querer ser el señor perfecto o la señora perfecta; no aguantar ni un ratito leyendo y, menos, estudiando; no ser un melindroso; ser incapaz de convivir. Y si ves algún defecto de éstos o de otro tipo, estar dispuesto a corregirlos.
Segundo: Tener recta intención, es decir, no querer ser sacerdote o consagrado para tener fama, para vivir bien, para brillar, para ser como mi tío o como mi primo o como mi tía o mi amiga…
Tercero: Tener cierta inclinación. Es lógico. Así como en el orden humano hay quien tiene aptitudes para las letras o las ciencias, si uno tiene cierta inclinación a las matemáticas y hay quien no las quiere ver ni pintadas, y así como uno tiene una inclinación y cualidades para el deporte y no para hacer poesías, también uno puede tener una inclinación para ser sacerdote o para consagrarse al Señor siendo misionero o contemplativo aunque le guste también el matrimonio. Y en casos en que no lo vea claro, que no espere a que Dios le mande un angelito que se lo diga, sino que lo consulte con un sacerdote serio y experimentado, y que lo dialogue con el Señor.
Cuarto: Disponibilidad. Si no estás disponible, no darás el paso por más vueltas que le des. Todo en la vida cristiana es cruz; no creas que el matrimonio es un estado de placer; también es una cruz, no el embeleso del noviazgo. Dispuestos como el profeta: "Y percibí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿y quién irá en mi nombre? Dije: « Heme aquí: envíame. »" (Is. 6, 8). Y disponible como María: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. » " (Lc. 1, 38).
Lo que nunca hay que hacer es aquello que se cuenta de una joven que ante la imagen de la Virgen con el niño en brazos, le decía y repetía: Madre, lo que quieras, monja o casada. El sacristán, cansado por tener que esperar todos los días para cerrar la iglesia, oyó lo que le estaba pidiendo a la Virgen; se escondió detrás de la imagen y simulando la voz de niño, le contestó: monja. Inmediatamente respondió ella: Cállate niño, que estoy hablando con tu madre.
José Gea