¿Quién podría imaginarse un cumpleaños sin el festejado? Pues lo mismo, una Navidad sin Jesús. ¿Cómo alguien puede sentirse “navideño” y, al mismo tiempo, negar sistemáticamente el origen de la celebración? El sentido de las luces, los regalos y la cena es el nacimiento de Cristo. De otra manera, todo queda en un folklore vacío. Pensemos en la Navidad que no será. Es decir, en la de tantos hombres y mujeres que la celebrarán sin memoria histórica y cristiana. Dicho esto, ¿qué podemos hacer? Hay dos propuestas. Una interior y otra exterior. La primera implica un esfuerzo por ser más congruentes con la fe que hemos abrazado, aprovechando el tiempo litúrgico del Adviento, de la espera, y la segunda poner el nacimiento -o, como dicen en España, el "Belén"- en nuestras casas, despachos y tiendas. Así las personas voltearán a verlo y recordarán el significado de todo aquello. En el caso de los colegios, alguna pastorela u obra similar. El punto es relanzar el mensaje.

 Por algo, San Francisco de Asís, quiso hacer uso de su creatividad y poner en escena un portal viviente, lleno del espíritu de la Navidad. El famoso fraile, supo hacer conciencia de buena manera, porque luego en el afán de despertar al mundo de la secularización que lo tiene “secuestrado”, tomamos un tono hostil, desagradable, cuando lo que nos toca es ver la manera de atraer con inteligencia. En otras palabras, buscar estrategias para hacer presente a Dios en una sociedad que lo necesita sin saberlo.

  Demos a conocer el significado de la Navidad, del Jesús que se hizo uno de nosotros para entrar de lleno en la historia, acortando las distancias entre el cielo y la tierra. El cristianismo es real, porque Dios fue más allá de los intermediarios, al punto de nacer en medio del mundo, junto a José y María.