De los que constituyen los que podríamos denominar “cinco pilares” del judaísmo, a saber, circuncisión, prohibiciones alimentarias, sabat, Templo y Ley mosaica o Torá, Jesús rompe abierta y claramente con uno de ellos, siendo su ruptura más moderada o menos evidente en los demás: se trata del sabat, o si se prefiere, del estricto descanso sabático de la religión judía, lo que hace de forma tan notoria que llega a proclamarse
“Señor del sábado” como hace en Mt. 12, 8 (idéntico en Mc. 2, 28, Lc. 6, 5). En el episodio según lo recoge
Marcos, aún antepone Jesús una frase no poco reveladora:
“El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27).
La ruptura con el sabat impregna el contenido de seis episodios desperdigados por los cuatro evangelios, y se escenifica invariablemente como agria discusión con los judíos, y notablemente con los fariseos, y siempre a continuación de un milagro, excepto en una ocasión, aquélla en la que con sus discípulos, juguetea Jesús en un campo de espigas.
“En aquel tiempo cruzaba Jesús un sábado por los sembrados. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: ‘Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado’. Pero él les dijo: ‘¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa?’” (Mt. 12, 1-5, similar a Mc. 2, 1-26 y a Lc. 6, 1-4).
El segundo de los episodios, aunque recogido por los tres sinópticos, nos lo va a prestar
Marcos, que no va a ser siempre
Mateo el que lo haga:
“Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio’. Y les dice: ‘¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?’. Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle” (Mc. 3, 1-6, similar a Mt. 9, 1214 y a Lc. 6, 611).
Lucas, en un episodio de elaboración propia y exclusiva nos cuenta el tercero:
“Estaba un sábado enseñando en una sinagoga. Había allí una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’ Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: ‘Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado’. Replicóle el Señor: ‘¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abrahán, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?’”. (Lc. 13, 1016).
El cuarto nos lo cuenta también
Lucas y sólo
Lucas:
“Sucedió que un sábado fue a comer a casa de uno de los jefes de los fariseos. Ellos le estaban observando. Había allí, delante de él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: ‘¿Es lícito curar en sábado, o no?’. Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó y le despidió. Y a ellos les dijo: ‘¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?’ Y no pudieron replicar a esto” (Lc. 14, 1-6).
El quinto nos lo narra
Juan, en un episodio, como los anteriores de
Lucas, de elaboración propia:
“Después de esto, hubo una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén una piscina Probática que se llama en hebreo Betzatá, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Porque el ángel del Señor se lavaba de tiempo en tiempo en la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, recobraba la salud de cualquier mal que tuviera. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: ‘¿Quieres recobrar la salud?’. Le respondió el enfermo: ‘Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo’. Jesús le dice: ‘Levántate, toma tu camilla y anda’. Y al instante el hombre recobró la salud, tomó su camilla y se puso a andar.
Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: ‘Es sábado y no te está permitido llevar la camilla’. Él les respondió: ‘El que me ha devuelto la salud me ha dicho: Toma tu camilla y anda’. Ellos le preguntaron: ‘¿Quién es el hombre que te ha dicho: Tómala y anda?’ Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús lo encuentra en el Templo y le dice: ‘Mira, has recobrado la salud; no peques más, para que no te suceda algo peor’. El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que le había devuelto la salud. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado. Pero Jesús les replicó: ‘Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo’. Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios” (Jn. 5, 118).
Sobre el mismo episodio, días más tarde con ocasión de la fiesta de las Tiendas y en pleno Templo, Jesús vuelve a discutir con los judíos:
“Jesús les respondió: […]
‘Moisés os dio la circuncisión (no que provenga de Moisés, sino de los patriarcas) y vosotros circuncidáis a uno en sábado. Si se circuncida a un hombre en sábado, para no quebrantar la Ley de Moisés, ¿os irritáis contra mí porque he devuelto la salud plena a un hombre en sábado? No juzguéis según la apariencia. Juzgad con juicio justo’” (Jn. 7, 21-24).
Y el sexto y último nos lo brinda una vez más
Juan:
“Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento […]
escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: ‘Vete, lávate en la piscina de Siloé’. (que quiere decir Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: ‘¿No es éste el que se sentaba para mendigar?’. Unos decían: ‘Es él’. ‘No, decían otros, sino que es uno que se le parece’. Pero él decía: ‘Soy yo’. Le dijeron entonces: ‘¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?’. Él respondió: ‘Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi’. Ellos le dijeron: ‘¿Dónde está ése?’. Él respondió: ‘No lo sé’.
Lo llevan a los fariseos al que antes era ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: ‘Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo’. Algunos fariseos decían: ‘Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado’” (Jn. 9, 116).
Y sin más por hoy, me despido de Vds. una vez más, no sin desearles que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. ¡Y que pasen un feliz sábado! A partir de ahora ¡ya no pueden decir que no saben gracias a quien no se lo tienen que pasar sentados en una silla y en todo caso, leyendo todo el día la Torá!
©L.A.
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