La entrada de Santa Bárbara en la tradición cristiana es tardía. De hecho, no aparece en la obra de ninguna de las primeras plumas del cristianismo, y la primera referencia que nos llega de su persona se contiene en sus “Actas”, escritas hacia principios del s. VII y recogidas en la colección de Simeón Metafrastes, que son utilizadas en los martirologios posteriores. Jacobo De la Vorágine le dedica un largo capítulo, el que hace el número 202, de su “Leyenda Dorada” (1264).
En tiempos que según unos relatos, -el de Vorágine entre ellos- son los del Emperador Maximino I (235-238) y según otros los de Maximino II Daza (308-313), Bárbara era la bellísima hija de un rico pagano llamado Dióscoro, a la que éste encierra en una torre para protegerla de las miradas de los hombres. Cuál no sería la sorpresa de su padre cuando a la vuelta de uno de sus viajes se la encuentra cristianizada, lo que habría ocurrido, según Vorágine, a través del contacto con el importante padre de la Iglesia Orígenes de Alejandría, a quien la santa se habría dirigido en busca de respuestas relacionadas con la divinidad, y más concretamente con un discípulo que éste le envía personalmente, de nombre Valentín, que la catequiza y bautiza.
Como quiera que sea, la irritación de su padre ante el hecho es tan irrefrenable que después de flagelarla él mismo, la denuncia al prefecto de la provincia, Martiniano o Marciano, el cual, dentro de un género que ya hemos conocido en otros martirologios, ordena un elenco sucesivo de torturas que ponen a prueba la santidad de la joven. Primero, según Vorágine, “mandó que desnudasen a la doncella y que la azotaran con látigos hechos de nervio de toro”. Curada por el mismísimo Jesucristo en persona, Martiniano “mandó que aplicaran a los costados de la doncella las llamas de varias candelas encendidas”. La tortura no queda aquí, sino que “acto seguido el inicuo gobernador mandó a uno de los verdugos que con la punta de las espada cercenara y arrancara de cuajo los pechos de la santa […] y que la exhibieran completamente desnuda por las calles de la ciudad”. Como en un nuevo milagro, un ángel bajara con un manto para tapar su desnudez, su propio padre Dióscoro pide permiso al gobernador para poner fin con sus propias manos a la vida de su hija, llevándosela al monte y decapitándola.
El crimen de Dióscoro no quedará impune, porque inmediatamente que ha degollado a su hija, cae un rayo del cielo y lo mata, rayo que va a ser muy importante en la devoción que la santa suscitará, como vamos a ver estos días. Supuestamente, el tutor de la joven, Valentín, da sepultura a su cuerpo, en algunas tradiciones junto a Santa Julia, convirtiéndose el enterramiento en lugar de culto en el que muchos enfermos hallan sanación.
En cuanto a la localización geográfica de los hechos es confusa. Según Simeón Metafrastes el escenario sería Heliópolis, en Egipto. El historiador eclesiástico Baronio, a quien el lector de esta columna conoce bien (pinche aquí para recordar su figura), los sitúa en Nicomedia, y con él, Jacobo de la Vorágine. El “Martyrologium Romanum parvum” de principios dl s. VIII los sitúa en Tuscia, mientras otros martirologios hablan de Antioquía o la misma Roma, lo que, una vez más y como tantas hemos visto, se antojan adaptaciones locales de una tradición muy extendida y popular, lo que habla, despojado de los aspectos fantásticos del relato, de su veracidad.
Aunque durante algún tiempo se ha celebrado su fiesta el 16 de diciembre, hoy día se adelanta al 4 del mismo mes. Vorágine emplaza la fecha de su martirio en un 5 de diciembre (si se dan Vds. cuenta, el 16 de diciembre gregoriano).
A Santa Bárbara acostumbra a representársela con una torre de tres ventanas, que ella habría mandado abrir en honor a la Santísima Trinidad, sosteniendo un cáliz y la hostia sacramental, y a menudo junto a cañones.
Se veneran sus restos en muchos lugares diferentes de Italia: así, en la capilla de Santa Bárbara de Piacenza, en la iglesia de San Martino en la isla de Burano en Venecia, en la catedral de Rieli y en la basílica de Santa Bárbara, en Mantua.
Y nada más por hoy, queridos amigos sino que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Por aquí nos vemos mañana, si lo tienen Vds. a bien, con una nueva entrada del triduo que vamos a dedicar a Santa Bárbara.
©L.A.
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