Iniciamos hoy un breve enunciado que incluirá dos artículos referidos los dos a la práctica de la masturbación en la Biblia: un primero sobre el tratamiento del tema en el
Antiguo Testamento, y un segundo próximamente que analizará su tratamiento en el Nuevo.
Poir lo que hace al primero, se puede afirmar sin temor a equivocarse que en todo el
Antiguo Testamento no existe una sola referencia explícita a la masturbación, ora masculina, ora femenina. Sí por el contrario, un pasaje que ha podido ser relacionado con dicha práctica de una manera más o menos tangencial, o mejor dicho, incluso arbitraria o equivocada: el que protagoniza
Onán que, de facto, ha terminado dando nombre a la práctica, conocida como todo el mundo sabe, con el nombre de
onanismo. Y eso que efectivamente, poco, o mejor dicho, nada, es lo que tiene que ver con ella. Y si no, juzguen Vds. mismos:
“Judá tomó para su primogénito Er a una mujer llamada Tamar. Er, el primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahvé, que le hizo morir. Entonces Judá dijo a Onán [su hermano]
: «Cásate con la mujer de tu hermano y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a tu hermano.» Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando así dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahvé lo que hacía y le hizo morir también a él” (Gn. 38, 110).
Lo que
Judá -por cierto, uno de los doce hijos de
Jacob y padre de los judíos (
pinche aquí para conocer la relación de Judá con los judíos), del que reciben el nombre- requiere de su hijo
Onán es que cumpla con la práctica judía del
levirato, por virtud del cual, si un judío muere sin descendencia, su hermano está obligado a yacer con la viuda para procurarle un descendiente, descendiente que no se imputa a su padre natural, aquí
Onán, sino al hermano fallecido,
Er en este caso.
Pues bien, de cara a evitar las consecuencias de la orden recibida, explica el
Génesis a lo que recurre el impío
Onán, que no es precisamente a masturbarse, como parecería a juzgar por el comportamiento al que el personaje bíblico acaba dando nombre, sino más bien a “derramar fuera”, es decir, el celebérrimo
“coitus interruptus”.
Cabe preguntarse por los motivos de tan extraño comportamiento por parte de
Onán. Y aunque el texto no da respuesta alguna a la cuestión, -seguramente por ser tan obvia para el lector coetáneo judío que era innecesario hacerlo-, no es difícil entender que no son sino de tipo sucesorio, pues proporcionar a su hermano un heredero iría, como es fácil de entender, en detrimento de los derechos del propio
Onán sobre la herencia. Como quiera que sea, todo será en falso, pues Dios condena a
Onán a morir por impío, exactamente igual que unos días antes lo había hecho con su hermano
Er.
El tratamiento que de la cuestión se va a hacer en el
Nuevo Testamento es un poco, apenas un poco, más explícito, aunque seguirá siendo impreciso, y hasta confuso. Pero eso será motivo de estudio diferente, por lo que nos remitimos a próximas entradas. De momento, queridos amigos, no me queda sino desearles una vez más que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, y eso sí, que no me falten mañana, que por aquí seguiremos con éste y con otros temas no menos interesantes.
©L.A.
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