Me cuenta también el caso de unos pocos hombres mayores. Salen con una cruz "hecha con el palo de una fregona y adornada con flores de plástico de los chinos (sic)" y recorren en silencio las calles del centro... Es su forma de evangelizar, a la que "sienten que el Señor les llama..."
De alguna forma es la moda. La "Nueva Evangelización" es un referente en la Iglesia actual, una idea-fuerza del momento, y hay que llevarla a la práctica como sea. Ya hemos hablado muchas veces de esta realidad. Las iniciativas se suceden: se tiene una idea, se la bautiza, generalmente con un nombre no castellano, y se la pone en práctica con entusiasmo...
Este tipo de actividades pueden ser observadas y juzgadas desde perspectivas muy diferentes. A mí, en primer lugar, se me ocurre imaginar como las verá el Señor. Es lo lógico, ¿no? Y, aunque no soy quién para saberlo, supongo que Él contemplará el corazón y la fe de quienes las llevan a cabo, y amará, como en el joven del Evangelio, el anhelo por sus cosas y por llevar a otros su Tesoro. Es algo hermoso, porque está hecho con ese amor, que, al final de todo, es la medida verdadera del valor de las cosas.
Hay otras lecturas, y son también muy importantes. La primera de ellas podría llevarnos a un referente teológico fundamental (del que sorprendentemente se habla muy poco) que es el de la esencia referencial de la Iglesia. Dicha referencialidad ¿está fuera o dentro de ella misma? Uno puede no tener ni idea de que significan términos como "Sociedad Perfecta" o "Sacramento de Salvación" y, sin embargo, tener totalmente interiorizadas, sin saberlo (y, sin discernirlo, por supuesto) categorías y actitudes que llevan a obrar de una manera u otra.
Soy de los que piensan que, salvo raras excepciones, en la Iglesia española escasean dos cosas: el discurso y la evaluación rigurosa. El primero implica tener muy claro desde dónde se parte y hacia dónde se camina: cómo se entiende la función esencial de la misma, y la meta a la que se quiere llegar. Dicho en otras palabras, qué tipo de cristiano se desea conseguir y qué clase de Comunidad se pretende alcanzar. El segundo es muy sencillo: si tenemos claro el objetivo debemos comprobar sencillamente si las iniciativas que establecemos para llegar a él son eficaces, o no.
¿Funcionan las que hemos ido desarrollando en los últimos años? Esto es relativamente fácil de comprobar. Cualquier departamento de Ciencias Sociales o Estadística de cualquiera de las Universidades Católicas de nuestro país (por no hablar de las Fundaciones) podría realizar un estudio al respecto, en un plazo razonablemente corto y con un presupuesto bastante ajustado. En EEUU se hace. ¿Por qué no aquí? Cualquier empresa medianamente grande lo hace, ¿Por qué no la Iglesia?
Conocer la respuesta es importante, porque puede indicarnos si estamos perdiendo el tiempo o no. Más aún, si estamos haciendo un uso indebido de métodos que "vacunan" a la gente contra Cristo y su Iglesia, igual que sucede con los antibióticos sobreutilizados que terminan creando resistencia.
Un amigo me decía hace una temporada: "en los 70 habríamos arrasado, pero ahora..." Es cierto, pero en los 70 la Iglesia era la institución más valorada en la sociedad española, y ahora... ¿No se nos ocurre pensar que tal vez ambas cosas están relacionadas?
¿O que es posible que estemos intentando invitar a amigos a una casa en la que, de ninguna manera les apetece estar, por mucho que nos empeñemos?
Me pregunto si es el tiempo de poner la prioridad en la evangelización. ¿Que hay que aprovechar cualquier oportunidad de hablar del Señor? ¡Pues claro: a tiempo y a destiempo! Pero quizá sea necesario, antes, crear comunidades sólidas y atractivas, que den respuesta a los interrogantes y necesidades de los hombres y mujeres de hoy. La Iglesia tiene que recuperar al menos una parte de su prestigio (justa o injustamente perdido) ante la sociedad actual antes de pretender ser una oferta que la gente considere en serio. Hay una brecha demasiado grande entre ambas, y, de éste lado, parece que no acabamos de ser conscientes de su tamaño.
Me temo que las prisas, las modas y la falta de visión a largo plazo nos lleva a multiplicar iniciativas que, a la postre, no son más que bienintencionados brindis al sol. Quizá sería mucho más útil callar la boca un tiempo y escuchar a la gente de nuestros días: tomarnos el tiempo de subir a la misma carreta y charlar con ellos, como Felipe con el eunuco, antes de soltar nuestra verdad prefabricada en un lenguaje que ni entienden ya, ni les interesa mayormente.
Es cierto que siempre queda el consuelo del profeta del cuento: "antes les predicaba para que se convirtieran, y ahora para que ellos no me conviertan a mí", pero creo que tenemos derecho a ser más optimistas. El Espíritu Santo es el único capaz de transformar un corazón, no los métodos.
Tal vez se trate de buscarlo más y de escucharlo mejor, en Comunidad, como los discípulos en el aposento alto, el día santo de Pentecostés.
Es un buen motivo para meditar este Adviento, ¿no creen?
Un abrazo a todos, y un saludo entrañable.
josue.fonseca@feyvida.com