Hay muchas respuestas para determinar cual es el momento en donde Cristo retorna para dar sentido a toda la creación. En cierta forma, ese momento es ya, ahora mismo. Cada momento es tiempo de aceptar a Cristo y convertirse. Cristo nos dice que “Se ha cumplido el tiempo, el Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en la buena nueva” (Mc 1,15)
¿Cómo estar preparado si vivimos en una barca que se agita en el mar? ¿Cómo encontrar algo sólido a lo que agarrarse, si el viento nos lleva de un lado a otro? Como en todo momento de zozobra, Cristo duerme y espera. Espera el momento en que lo despertemos (Mt 8, 23-27) Espera a que le digamos: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” y el nos contestará “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” Ese es el momento su venida, de su llegada a nosotros.
¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!... La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos.
Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el hombre verdadero. Él es la medida del verdadero humanismo. No es «adulta» una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad. Debemos madurar esta fe adulta; debemos guiar la grey de Cristo a esta fe. Esta fe —sólo la fe— crea unidad y se realiza en la caridad. (Joseph Ratzinger, Homilía Pro Eligiendo Pontífice 18/3/2005)
Nos llaman fundamentalistas porque tenemos fundamentos y los defendemos con razón y fe: “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo”. En el fondo todos somos fundamentalistas, porque todos, incluso los relativistas, defendemos nuestros fundamentos.
La definición de fundamentalista se asimila a ser una persona fanática violenta, siendo esto algo totalmente erróneo. Hay fundamentalistas fanáticos y otros que buscamos al hermano con caridad y cercanía. Hay relativistas tolerantes, que se desentienden de quien no piensa como ellos y otros que son tremendamente violentos. Se supone que quien construye su casa sobre la roca es un fanático violento, mientras que quien la construye sobre arena es dialogante y tolerante. La realidad nos hace ver que es una falsedad, ya que los relativistas son capaces de perseguir y hasta encarcelar, a quienes defendemos nuestra fe con coherencia y sinceridad.
Que nos llamen fundamentalistas es el reconocimiento de que no nos plegamos a las ideologías del momento. No dejamos de intentar vivir como pensamos y creemos. Lo triste es que dentro de la Iglesia el relativismo haya arraigado y muchos seamos considerados como fanáticos por el hecho de intentar ser coherentes y sinceros. Para nosotros las dudas están en nuestra capacidad de seguir a Cristo con fidelidad y humildad, no en el camino que Cristo marca y señala. Algunos tienen las certezas justo al contrario: tienen seguro que están salvados de antemano y por lo tanto, el camino les parece irrelevante.
Tenemos claro que tenemos que predicar el Evangelio para que otros lo conozcan y crean. Tenemos claro que la salvación no es gratuita ya que necesita de nuestro sí, porque “Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros” (S. Agustín, sermón 169, 11, 13)
¿Cuándo llegará el momento? Ya ha llegado. Es el momento adecuado y oportuno de llevar la Esperanza del Evangelio a todo el que quiera escucharnos? Es el Kairós que precede a la venida de Cristo, el momento en el que Juan el Bautista predica la conversión a los que se atreven a seguirlo hasta el desierto. Es el momento en que tendríamos que dejar de hacer marketing cristianoide y llamar a la Verdad por su nombre: Cristo”. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la Verdad” ¿Esto estorba y fastidia a la sociedad? ¿Hará que nuestra foto no salga en el Times ni en Vanity Fair? ¿Hará que no nos aplaudan los líderes de ideologías anticristianas? No hay nada malo en resultar incómodo a la sociedad. “Nosotros tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el hombre verdadero. Él es la medida del verdadero humanismo”
A Juan Bautista lo encarceló y le cortó la cabeza, Herodes. A Cristo lo clavaron en la Cruz los dirigentes romanos y judíos. La Iglesia está llena de mártires incómodos al poder social. ¿Vamos a dejar de proclamar la venida de Cristo por eso?
“Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos” (Mc 13, 35)