La nueva Iglesia catalana, por lo sutil, sería algo así como el Barça de Pep, de modo que la Conferencia Episcopal Española oficiaría entonces de Madrid de Mourinho, de contrarreforma. Aún así, no creo que la Asamblea quiera una Iglesia propia para que Els segadors disputen a San Isidro la labranza de la viña del Señor ni para priorizar la inmersión lingüística al Verbo. Ni siquiera para revisar el Nuevo Testamento al objeto de reflejar a Jesús como un charnego que chapotea en el Jordán mientras entona Nací en el Mediterráneo. A mí me parece que lo que la Asamblea quiere es nacionalizar el perdón de los pecados para que la tacañería, que es la avaricia de niña, no compute como tal.