Se celebra hoy la fiesta de
Jesucristo, rey del universo, en el último domingo del ciclo ordinario antes de empezar con el Adviento.
La fiesta es relativamente moderna, instituída como lo es el 11 de diciembre de 1925, año cuarto del pontificado de pontificado de
Pío XI, con el nombre de fiesta de
“Cristo Rey” con el que muchos la conocen todavía hoy, cosa que hace mediante la
Encíclica Quas Primas, en cuyo número 30 establece lo siguiente:
“Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos.”
En su génesis, cabe destacar la obra del sacerdote español
José Gras y Granollers (18341918), venerabilizado por
Juan Pablo II en 1994, fundador en 1866 de la sociedad religioso-literaria
Academia y Corte de Cristo para promover la adoración y devoción a Cristo Rey, y de la
Congregación de las Hijas de Cristo Rey en 1876.
Con ocasión del
Concilio Vaticano II, en 1970 la fiesta cambia su nombre por aquél con el que hoy día es conocida,
“Jesucristo Rey del universo”, el cual subraya el carácter trascendental del reino de Cristo y lo desvincula con mayor claridad aún del poder temporal en la tierra de reyes y soberanos. Asimismo, es trasladada del mes de octubre al último domingo
per annum, último domingo del año litúrgico, un domingo que puede caer entre el 20 y el 26 de noviembre, el 23 este año. Lo que no pretende sino subrayar la culminación del ministerio de Jesucristo.
El momento histórico de su institución es muy propicio a ella: el mundo ha superado apenas un quinquenio antes la hecatombe más grande de toda la historia hasta ese momento, la
Primera Guerra Mundial, diez millones de muertos, cincuenta millones de desplazados (
pinche aquí si quiere conocerla un poco mejor), sólo eclipsada por la que habría de venir década y media después, con la
Segunda Guerra Mundial, que aún quintuplicó una cifra de muertos que parecía insuperable y duplicó la de desplazados, sin hablar de heridos y mutilados.
Por otro lado, para la propia Iglesia representa también una manera diferente de concebir la nueva soberanía a la que se ve llamada, más de medio siglo después de quedar reducidas sus posesiones territoriales a la mínima expresión en un proceso que los lectores de esta columna conocen bien (
pinche aquí para recordarlo), y apenas dos años antes de consumar con la Italia de
Mussolini el acuerdo que garantizará su existencia como Santa Sede y sus fronteras en los términos que hoy conocemos. Una especie de sustitución del
Papa-rey por el
Cristo-rey.
Y eso que
Jesús en todo momento, aún a pesar de la importancia que en su ministerio y mesianismo tiene la cuestión de su descendencia davídica que también tuvimos ocasión de analizar en estas páginas (
pinche aquí para conocerla), deja claro que él no es rey, o por lo menos, no en el modo y manera que los hombres acostumbran a entenderlo. Con toda claridad se lo había dicho al
Diablo:
“De nuevo le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: ‘Todo esto te daré si postrándote me adoras’ Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto’” (Mt. 4, 810).
Y con no menor a
Pilatos:
“Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ‘¿Eres tú el rey de los judíos?’. Respondió Jesús: ‘¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?’. Pilato respondió: ‘¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?’. Respondió Jesús: ‘Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí’. Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús: ‘Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz’” (Jn. 18, 33-37).
Pero sobre todo, lo demuestra con los hechos en este episodio que nos trae
Juan, tan bonito como poco conocido:
“Al ver la gente el signo que había realizado, decía: ‘Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo’. Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn. 6, 1415)
Y sin más por hoy queridos lectores sino desearles que tengan Vds. un muy feliz domingo, les deseo como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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