Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE) debatir es “altercar, contender, discutir, disputar sobre algo”. En México, decimos -en plan de broma- que hay tres temas que no se deben hablar a la hora de la comida: religión, política y deporte; sin embargo, más allá de tratarse de una serie de puntos fuertes, apasionantes por el juego de opiniones, hay que reconocer que si nos decimos católicos hemos de aceptar que nos cuestionen los que piensan de otra manera. Tomando en cuenta que el que se enoja pierde, hay que saber dialogar con los demás, porque detrás de cada argumento hay un contraargumento que nos ayuda a profundizar en lo que decimos creer. Los católicos que se molestan u ofenden ante un ateo que los pone a prueba, lejos de ayudar a la Iglesia, la dejan mal. Cuando nos hagan preguntas de manera respetuosa, debemos aceptar el reto de responderlas a partir del estudio atento de nuestras bases, pues además de ser algo interesante, contribuye a exponer razones en medio de un mundo demasiado abstracto en sus pronunciamientos. Ahora bien, debatir no es limitarse a decir -quizá hasta con las cejas fruncidas- “si porque lo dice la Biblia”, sino explicar qué hay detrás de los textos bíblicos y, cuando venga al caso, relacionar ciertos aspectos de nuestra fe con campos vinculados a las ciencias humanas y exactas. Por ejemplo, al afirmar que el cristianismo no se opone a la ciencia, recordar que el autor de la Teoría del “Big Bang” fue nada más y nada menos que un sacerdote jesuita, el P. George Lemaître (18941966).
 

 Es verdad que algunas personas, en vez de argumentar, insultan. Cuando se dan las cosas de ese modo, lo mejor es parar y dejarlo para otra ocasión, pero de no ser así, vale la pena entrar, participar, involucrarse y dar paso a una conversión interesante, como la que tuvieron en su momento el cardenal Carlo María Martini y Umberto Eco (cf. En qué creen los que no creen, Taurus, 1997). Figuras destacadas de la Edad Media, como Sto. Tomás de Aquino O.P. (12241274), debatían en público, en los claustros universitarios y eso le daba credibilidad al cristianismo, desvinculándolo del fideísmo, pues desde la perspectiva católica, entraña una realidad que amplía los horizontes de la razón. Dialogar no es ceder posiciones de manera inconsistente, sino sostenerse en medio de las diferentes posturas. Aunque el mejor argumento para los que somos creyentes es la congruencia de vida, siempre es bueno explicarles a los demás en qué nos basamos.