Por naturaleza, el ser humano necesita, para su supervivencia cotidiana así como para satisfacer otras necesidades, tener un mínimo de capacidad cognitiva y comunicativa. Esto es algo tan evidente que no requiere un estudio algo más profundo sobre las ciencias naturales.
Somos, además, seres racionales. Nuestras redes neuronales tienen una dinámica cognitiva que requiere que tomemos decisiones mediante el uso de la razón, en base a la cual podemos contrastar y discernir, sin perjuicio de que, en ocasiones, tomemos decisiones equivocadas.
Del mismo modo, si bien es posible estudiar el funcionamiento del cerebro, de la mente y del sistema nervioso (disciplinas conocidas como Psiquiatría, Psicología y Neurología), es imposible establecer un patrón homogéneo que describa los impulsos de la acción humana, por ser totalmente imposible (hay una indiscutible heterogeneidad y complejidad).
Hablamos, ante ello, de una especie de espontaneidad que es todo un obstáculo para quienes pretenden concluir una drástica subversión del orden natural y no rígido, a entender adecuada, debida y realmente como un fruto de la Creación (obviamente, como algo de índole divina).
Es el caso del proceso de mantenimiento evolutivo que conocemos como Revolución, que si bien puede entenderse como socialismo a secas, no deja de ser la eclosión del relativismo, el desprecio a la jerarquía y la autoridad, la negación secularista, la lucha de clases, la negación de la prueba y el error, las falsas deidades y la férrea planificación centralizada.
Hablamos, con seguridad, de un fenómeno que tiene muchos enemigos selectivos, siempre y cuando crean que pueden servir a su propósito deicida y anticlerical, porque si resulta que facilita vías de escape como el discernimiento no coaccionado (no confundir con la libre interpretación luterana).
Esto es lo que ha ocurrido recientemente en España con la asignatura de Filosofía. Quienes la promovían frente al libre curso de la Religión Católica en las escuelas (partidos como el PSOE) porque "para eso estaba la catequesis" o "nosequé de curas fuera de la escuela" han acabado fomentando su exclusión del monopolizado currículo educativo.
Sorprende, sí. Yo reconozco que cuando la cursé no tuve ningún inconveniente. De hecho, disfrutaba estudiando esa asignatura. Pero también es cierto que su plantilla docente no es generalmente conservadora o tradicionalista, ni a nivel universitario ni a niveles inferiores de estudios de etapa secundaria. Tampoco hay minoría de temario pro-marxista en general.
Pero como el saber no ocupa lugar, entonces es normal que el Sapere aude (máxima kantiana que, con razón, nos animaba a atrevernos a pensar) quede proscrito gracias los revolucionarios que en estos momentos controlan los ámbitos de poder político en países como el nuestro.
El propósito revolucionario es consolidar una masa atomizada de individuos que sean incapaces de pensar por sí mismos, que no puedan creer en nada (mucho menos si está en el más allá), que dejen de tener un alma racional y libre (como en su momento dijese, al describirnos, el profesor Plinio Correa de Oliveira).
La planificación centralizada no ha de concebirse como un mero complejo de medidas basadas en el intervencionismo económico. Esta también puede aplicarse sobre las mentes de las personas, para que se vean privadas de libre decisión, para que tengan que asimilar una realidad que no es.
La Verdad es un fin último al que todos podemos y debemos llegar, en nuestro camino de encuentro con Dios y compromiso de alcance de los distintos fines que encarna (el Bien y la Belleza), tal y como se explica en las interpretaciones tomistas. Es más, la libertad negativa de concesión divina y el curso natural de las cosas nada tienen que ver con lo "oficial".
Se quiere imponer una "verdad oficial", que requiere de fuerza para intentar desafiar el flujo normal y evidente de los distintos procesos naturales. Lo que es antinatural no puede fluir por sí mismo, de manera espontánea y paulatina. Tiene que imponerse, porque si no, lo más normal de todo es que "se resquebraje".
Luego, si no se cree ni en Dios ni en la Verdad que como fin último encarna, entonces tampoco ha de extrañarnos que se nos quiera lavar el cerebro para que consideremos la necesidad de comunicarnos con Dios como algo supersticioso, falaz, surrealista, oscurantista, que nos hace malgastar el tiempo.
Del mismo modo que podemos considerar la Filosofía como algo que permite estudiar el pensamiento y alguna cosmovisión que otra del mundo que nos rodea, podemos entender la oración, como necesidad espiritual del hombre, en base a conceptos como el que en su momento acotó San Josemaría Escrivá de Balaguer:
Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente.
Dicho sea también que la oración no es algo que se tenga que acotar en una agenda, sino que depende del tiempo que cada cual necesite para comunicarse con Dios, del mismo modo que puede incurrir en otras acciones de conexión espiritual como la alabanza en sí (algo que puede ayudar a reafirmar nuestra confianza en el Espíritu Santo).
Una vez dicho esto, podemos reiterarnos en que la oración y la razón (en conjunto, sin desvincular la fe de la razón, lo cual es un detonante que lo desvirtúa) son facultades que hacen a una persona libre (que no libertina y descreída), dentro de su fuero interno, en una sociedad orgánica, mal que le pese a las hordas socialistas y revolucionarias.