Me acordé el otro día y me dije “se lo tengo que contar a mis amigos de En Cuerpo y Alma”. Pues bien, hace ya unos añitos, estaba yo con mi mujer en la llamada Sinagoga Portuguesa de Amsterdam, el precioso edificio que levantaran en 1675 los descendientes de aquellos judíos expulsados de Portugal en 1496, muchos de los cuales por cierto, provenientes de España donde cuatro años antes habían sufrido parecida suerte (pinche aquí si desea conocer lo que hicieron varios de ellos), cuando se nos acercó a mi mujer y a mí un joven:
- ¿Quiere Vd. participar en un oficio judío?
- Pero yo no soy judío -le respondí.
- No importa. Lo que ocurre es que necesitamos un quórum de diez personas, sin el cual no podemos celebrar la oración.
- Pues nada, nada, cuente Vd. conmigo -le respondí todo dispuesto.
- En este momento somos siete personas, con Vd. ocho. Si consigo completar los diez le aviso.
Continuamos visitando el monumento cuando al cabo de cinco o diez minutos volvimos a ver a nuestro amigo judío.
- Lo siento sólo he conseguido una persona. Lamentablemente no podremos ser diez.
- ¿Cómo que no? –le dijo yo todo contento, como quien se saca un as de la manga, y encantado de poder participar en un oficio judío- Eramos siete, ¿no es así? Conmigo ocho, la persona que ha encontrado Vd. nueve… ¡¡¡y mi mujer, diez!!!
El judío se azoró un poco, pero al final me confesó:
- Es que las mujeres no cuentan.
Y me quedé sin mi oficio judío. Y mi mujer también, por descontado.
¿De qué me hablaba nuestro improvisado amigo judío? Pues bien, del “minyán” o “minián” (en hebreo מניין), “cuenta, conteo” en español, es decir, del quórum requerido en el judaísmo para la realización de rituales como la invocación del Bareku de la primera bendición de la Shemá [Escucha Israel] en los oficios de mañana y de tarde; las lecturas de los rollos de la Ley; el Haftarah con sus bendiciones; algunas ceremonias funerarias; las siete bendiciones de una boda, o la bendición de los alimentos entre otros.
Diez personas, eso sí, adultas, es decir, que hayan celebrado el Bar Mitzvá -ceremonia de entrada de los niños judíos en la madurez a la que dedicaremos un día una entrada en esta columna- vale decir, con más de trece años de edad.
Para conformar este quórum, en el judaísmo histórico que conoció Jesús, y aún hoy día en las ramas ortodoxas del judaísmo, las mujeres no cuentan, si bien ramas más liberales hoy día sí aceptan computarlas para completar el minyán.
El origen bíblico de la institución es confuso y suele buscarse en dos pasajes, ninguno de los cuales, en honor a la verdad, nítidamente claro.
El primero de ellos se halla en el libro del Exodo, y es aquél en el que Jetro, suegro de Moisés, al verle tomar todas y cada una de las decisiones del nutrido grupo al que había sacado de Egipto, le da, para su propio descanso, el siguiente consejo:
“Sé tú el representante del pueblo delante de Dios y lleva ante Dios sus asuntos. Instrúyele en los preceptos y las leyes, enséñale el camino que debe seguir y las obras que ha de practicar. Pero elige de entre el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres honrados e incorruptibles, y ponlos al frente del pueblo como jefes de mil, de ciento, de cincuenta y de diez” (Ex. 18, 19-21).
De donde se extrae que el número mínimo que constituye un grupo judío es el de diez personas.
El segundo de ellos en el de los Números, en el que Yahvé se queja amargamente:
“¿Hasta cuándo esta comunidad perversa murmurará contra mí? He oído las quejas de los israelitas, que están murmurando contra mí”. (Num. 14, 27).
Se refiere a doce hombres enviados por Moisés a explorar la Tierra Prometida antes de haberla alcanzado y que “al volver habían incitado a toda la comunidad a murmurar contra él, [los cuales] cayeron repentinamente muertos delante de Yahvé” (Num. 14, 36-37). Con dos excepciones: “Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefoné”, los cuales no habrían maldecido, lo que habría llevado a Dios a decidir que nunca menos de diez personas se reunieran para hablar de El o con El.
Como quiera que sea, la prescripción pasa al Talmud, donde se concreta de la siguiente manera.
“No rezan la Shema, ni pasan ante al arca, ni levantan las manos ni leen la Ley, ni concluyen acuerdos con los profetas, ni arreglan levantarse o sentarse, ni pronuncian las bendiciones de los deudos o del consuelo de los deudos, ni las bendiciones a los novios, ni usan el nombre de Dios para prepararse para la gracia tras las comidas, con menos de diez”. (Megillah iv. 3)
Lo que más me extraña de cuanto les he contado es que en ningún sitio he encontrado que un no judío, como yo era y claramente manifesté en la Sinagoga Portuguesa de Amsterdam, pueda valer para componer el minyan… ahora bien, tal cual me pasó, yo se lo he contado a Vds.. Por lo demás, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos… como siempre.
©L.A.
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