Como ya sabe el buen lector de esta columna, el descubridor de la circulación de la sangre es el español Miguel de Servet (1509 o 15111553) –pinche aquí para conocer mejor al sorprendente y controvertido sabio español-, que la presenta en su obra “Christianismi Restitutio” (restitución del cristianismo), escrita en 1553, de la que otro día les hablaré aunque hoy me voy a limitar a traerles aquí su descripción de la circulación de la sangre, (la cual extraigo de la página servetus.org,) llena de connotaciones religiosas, que no por ello menos certera. Hela, pues, aquí:
Sobre este tema debe primero entenderse la importante creación del espíritu vital, compuesto de una sangre ligera alimentada por el aire inspirado. El espíritu vital tiene su propio origen en el ventrículo izquierdo del corazón, y los pulmones tienen un papel importante en su desarrollo. Se trata de un espíritu enrarecido, producido por la fuerza del calor, de color amarillo rojizo (flavo) y de potencia igual a la del fuego. De manera que es una especie de vapor de sangre muy pura que contiene en sí mismo las sustancias del agua, aire y fuego. Se genera en los pulmones a partir de una mezcla de aire inspirado con la sangre elaborada y ligera que el ventrículo derecho del corazón comunica con el izquierdo. Sin embargo, esta comunicación no se realiza a través de la pared central del corazón, como comúnmente se cree, sino que, a través de un sistema muy ingenioso, la sangre fluye durante un largo recorrido a través de los pulmones. Elaborada por los pulmones, adquiere el tono amarillo rojizo y se vierte desde la arteria pulmonar hasta la vena pulmonar. Entonces, una vez en la vena pulmonar, se mezcla con aire inspirado y a través de la expiración se libera de sus impurezas. Así, completamente mezclada y preparada correctamente para la producción del espíritu vital, es impulsada desde el ventrículo izquierdo del corazón por medio de la diástole.
Sabemos que esta comunicación se establece así a través de los pulmones por las distintas combinaciones y la conexión de la arteria pulmonar con la vena pulmonar en la cavidad pulmonar. El tamaño considerable de la arteria pulmonar lo corrobora, pues no sería de ese tamaño ni emitiría tal fuerza de sangre pura desde el corazón hasta los pulmones sólo para proporcionar el alimento de éstos. Tampoco el corazón daría este servicio a los pulmones, pues, como decía Galeno, durante los primeros meses del embarazo, en el embrión, los pulmones reciben el alimento de otra parte ya que esas pequeñas membranas o válvulas del corazón no se abren hasta el momento del parto. Por lo tanto, el hecho de que la sangre mane de forma tan abundante desde el corazón hasta los pulmones en el mismo momento del nacimiento tiene otro propósito. De igual modo, se envía aire mezclado con sangre, no simplemente aire, desde los pulmones hasta el corazón a través de la vena pulmonar, por lo que la mezcla se produce en los pulmones. Esta sangre espirituosa se torna de color amarillo rojizo en los pulmones, no en el corazón.
No hay suficiente espacio en el ventrículo izquierdo del corazón para tal grande y abundante mezcla ni para que allí se le imprima el color amarillo rojizo. Además, esa pared central no es apta para llevar a cabo este proceso de comunicación y elaboración, pues carece de vasos y otros mecanismos que lo permitan, aunque quizás algo podría traspasarla. Al igual que en el hígado se produce una transfusión de sangre de la vena porta a la vena cava, en el pulmón se realiza una transfusión de sangre del espíritu de la arteria pulmonar a la vena pulmonar. Si alguien compara estos procesos con aquellos que Galeno describió en los libros VI y VII de De usu partium, se dará perfectamente cuenta de una verdad que le era desconocida a Galeno.
De esta forma, el espíritu vital es inyectado del ventrículo izquierdo del corazón a las arterias de todo el cuerpo y, para estar más enrarecido, busca las regiones más elevadas donde se encuentre más elaborado, especialmente en el plexo retiforme ubicado en la parte inferior de la base del cerebro. Y así, aproximándose a la región del alma racional, el espíritu animal empieza a formarse a partir del espíritu vital. De nuevo por la poderosa fuerza de la mente, se enrarece más, se elabora y se completa en los finos vasos llamados arterias capilares que están situados en los plexos coroideos y que contienen a la propia mente. Estos plexos penetran en todas las partes más recónditas del cerebro, rodeando internamente los ventrículos del cerebro, y estos vasos, envueltos y entrelazados entre sí hasta el principio de los nervios, sirven para introducir en estos últimos la facultad sensitiva y la de movimiento. Esos vasos están entrelazados con gran precisión, y aunque se les llamen arterias, en realidad son los extremos de las arterias que se extienden con la ayuda de las meninges hasta el principio de los nervios. Se trata de un nuevo tipo de vasos. Al igual que en el proceso de la transfusión de sangre de las venas a las arterias, en la transfusión de las arterias a los nervios existe un nuevo tipo de vasos de la membrana arterial en la meninge, ya que son especialmente las meninges las que conservan las membranas de los nervios. La sensibilidad de los nervios no radica en su parte blanda, como ocurre en el cerebro. Todos los nervios terminan en unos filamentos membranosos que poseen una extraordinaria sensibilidad y a los que, por este motivo, siempre llega el espíritu. Y, a modo de fuente, desde esos pequeños vasos de las meninges, o plexos coroideos, el espíritu animal fluye como un rayo a través de los nervios para llegar a los ojos y otros órganos sensoriales. Siguiendo la misma ruta a la inversa, se envían a esa misma fuente, unas imágenes claras de elementos que van produciendo sensaciones, penetrando por el interior a través del medio transparente, es decir, el espíritu”
Esto dicho, yo no les puedo decir que antes de Miguel Servet no haya hecho alguien una descripción de la circulación sanguínea tan precisa y descriptiva o incluso más que él, privándole así del título de “descubridor de la circulación sanguínea”. Pero lo que sí creo estamos en situación de afirmar con todo rigor es que, más allá de otros avances que haya podido lograr en lo relativo al tema, en inglés William Harvey (15781657), autor en 1628 de la obra “Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus” (estudio anatómico sobre los movimientos del corazón y la sangre de los animales), la obra a la que algunos atribuyen tal descubrimiento, llega setenta y cinco años tarde para que su autor pueda ser considerado el descubridor de la circulación sanguínea.
Sinceramente y a partir de lo que acabamos de leer: ¿Vds. creen que si Servet hubiera sido británico y Harvey hubiera sido español, dudaría alguien hoy de que el descubridor de la circulación sanguínea era D. Miguel y no D. William?
Que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos. Mañana más, no lo duden.
©L.A.
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