Cristo como acontecimiento escatológico para la humanidad, el mundo y la historia

Como hombre:

El Nuevo Testamento presenta a Cristo como destino definitivo de la humanidad. Una vez que Cristo resucita no muere jamás, su resurrección es definitiva e imposible de anular. Cristo ha vuelto a la vida para siempre. San Pablo afirma que Cristo resucitó como primicias de entre los muertos; esto significa que en la resurrección de Cristo está incluida la nuestra, porque primicias indica el inicio de una serie.

El mismo San Pablo afirma que Cristo es primogénito de entre muchos hermanos (Rom 8,29), o de entre los muertos (Col 1,18), siendo primogénito el primer hijo después del cual vendrán otros. Por esta misma razón es que se le llama primogénito, porque indica que otros muertos resucitarán después que Él.


Es importante aclarar que Cristo resucita en función del hombre. Resucita para inaugurar el camino que seguirá más tarde toda la humanidad. Y su resurrección significa para el hombre la instauración definitiva de la salvación: el hombre puede ahora esperar un destino eterno al asociar su destino al destino de Cristo resucitado.

Del mundo:

El Nuevo Testamento también presenta a Cristo como fundamento de la creación "el es imagen del Dios invisible, primogénito de toda la Creación" (Col 1, 15). Por tanto, Cristo interviene en la creación, por Él fueron creadas todas las cosas y todo tiene en Él su consistencia; además, todo cuanto existe alcanza su plenitud en Cristo, Dios tuvo a bien residir en Él toda plenitud (Col 1,16-19).

Entonces, en Cristo se recapitulan todas las cosas, las del cielo y las de la tierra "… hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef. 1,10); esto significa que fuera de Cristo la creación carece de sentido, no podría sostenerse. Sería impensable porque Cristo es el principio creativo y divino de todo cuanto existe.

De la historia:

La encarnación de Cristo es signo de solidaridad y de amor hacia todos los hombres. Al encarnarse Dios hizo suya la historia y logró que la historia cronológica –temporal- se convirtiera en historia salvífica, de la salvación, redimida. Más aún, con su muerte Cristo se solidarizó con la condición mortal del hombre. La glorificación de la humanidad de Cristo ocurrida en el momento de su resurrección implica una transformación total del ser humano y de todo lo creado. A partir de la resurrección surge, entonces, un destino trascendente y eterno para todos los hombres, porque existe posibilidad de purificarse y de salvarse.

La escatología y su relación con la cristología o dimensión cristológica de la teología

La escatología entra en relación con la cristología de acuerdo a la soteriología, a la salvación humana gracias a la obra de Cristo.

La resurrección de Cristo es el único acontecimiento definitivo de toda la historia de la salvación. Su resurrección ha de extenderse a los que pertenecen a Cristo y sería "la cima del misterio que comenzó en el bautismo"

Según San Pablo, sobre Cristo resucitado la muerte ya no influye sobre él. De esta manera Cristo es el acontecimiento escatológico en sí mismo, es el máximo –éskaton- de salvación que Dios puede ofrecer al hombre, es la plenitud de lo opuesto a lo provisional.

Cristo es también la comunión más profunda que pueda existir entre Dios y el hombre y, por ello, decimos que es imagen perfecta del hombre. Todo fue creado por Él, todo tiene su consistencia en Él y todo llegará a su plenitud en Él. La humanidad de Cristo hace, entonces, al Hijo de Dios como único mediador entre Dios y los hombres, y también, como mediador de todas las cosas divinas.

La escatología, por tanto, no hace otra cosa que explicitar lo que está ya implícito en la cristología. Entonces: no puede haber escatología sin cristología porque la resurrección de Cristo es el único misterio escatológico que ha sucedido en la historia humana y, es precisamente por ella, que podemos hablar de realidades últimas o escatológicas –de un ‘más allá’-.

La escatología y su relación con la antropología

Sabemos que la resurrección es un acontecimiento histórico y salvífico, que es lo único que nos permite hablar de las cosas que están ‘más allá de la muerte’, es decir, de cosas trascendentes.

El miedo a la muerte radica en pensar que, al carecer de cuerpo, tampoco tendremos conciencia de existir. Tenemos miedo de que con la muerte corporal dejemos de tener un yo consciente. Entonces, si el hombre siente que vive en cuanto a lo que aspira y proyecta, ¿qué sentido tiene esforzarse en una vida que habrá de terminar?

La realidad es que el hombre no puede evitar la muerte. Si el hombre, entonces, sufre la muerte como experiencia límite de su existencia es porque anhela seguir viviendo y porque la muerte lo desvincula de ese contacto sensible con el mundo y con los otros seres humanos.

El hombre busca trascender. Es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, un ser que se caracteriza por estar dotado de libertad, dignidad, diferenciarse de los demás seres, capacidad de amar y de conocer.

Y Cristo es aquel que vuelve a unir aquella semejanza del hombre a Dios –rota en el Antiguo Testamento- por ser el nuevo Adán, el nuevo hombre, que libera al mundo de pecado y lo salva. Hablamos de una antropología unitaria, la cristiana, en la que la muerte es terrible "porque significa el final del hombre entero".

Según Carvajal, la Biblia nos dice que el hombre es una unidad integrada por un cuerpo (bazar), por un primer ‘soplo’-el que nos revive y anima a vivir (nefesh)- y por un espíritu orientado hacia Dios (ruah), entre lo más importante. Y es un hombre que necesita de Dios, justamente, por haber sido creado a imagen y semejanza suya.

Según el filósofo antropólogo Bloch, la reflexión sobre el hombre como espíritu encarnado y sobre las condiciones fundamentales de su acción en el mundo se muestra incapaz de alcanzar una plenitud definitiva en todo lo que hace. La fe puede ayudar, pero no desborda al hombre, no lo apacigua. Por ello necesitamos de Dios, de alguien que nos dé esperanza de resurrección y de salvación. Gracias a la venida de Cristo la historia se ha eternizado y ha dado paso a una verdadera historia de salvación.

Y es en Cristo donde "podemos ver, por tanto, ‘al hombre prefecto’. Sólo en Él la humanidad alcanza su plenitud y se hace totalmente imagen de Dios"

A modo de conclusión, la antropología humana hace del hombre un ser dual; un ser de cuerpo y alma. Y es justamente la concepción antropológica, la que permite y hace posible la escatología, porque se necesita de un ser integral como el hombre capaz de trascender a la muerte y resucitar en cuerpo glorioso y alma. "Esta antropología hace posible la escatología"

La parusía de Cristo

Parusía deriva del griego "pareimi" que significa "estar presente" o "llegar". Antiguamente el helenismo utilizó esta palabra para referirse a la manifestación en la tierra de las personas divinas, así como para designar la entrada triunfal de los reyes o príncipes a las ciudades de sus dominios.

En el Nuevo Testamento "la resurrección de Cristo está asociada con la Parusía de Cristo". Según el Catecismo la parusía es el advenimiento de Cristo resucitado al final de los tiempos; por ello, se encuentra asociada con el fin del mundo (Mt 24,3.27.39, entre otros). Se asocia con la resurrección porque gracias a ella Cristo volverá a nosotros en su segunda venida. Una venida que será definitiva.

San Pablo describe muy bien la parusía en Tes 4,13-18:

"Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto a los muertos, para que no os entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a los que murieron en Jesús. Os decimos esto como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor, no nos adelantaremos a los que murieron. El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras".

A modo de conclusión, Parusía responde a la venida de Cristo o su venida gloriosa. Parusía es la manifestación espléndida de la gloria de Cristo y la revelación completa de su misterio, tanto en el mismo Jesucristo como en quienes esperan y aman la Epifanía del Señor; es decir, el esplendor o manifestación luminosa propia de Cristo. Por tanto, decimos que nuestra resurrección ha de ser un acontecimiento eclesial en la parusía de Cristo (Apoc 6, 11).

El juicio escatológico. ¿Salvación o condena?

Según la fe cristiana, la historia de la humanidad tiene un sólo fin: la salvación. Ésta última es el objeto propio de la Escatología.

"La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo". Según el Catecismo, la muerte significa la incapacidad de acciones benévolas que puedan llevar al hombre a la salvación o a la condenación eterna; ya nadie puede hacer nada por su propia salvación porque dejó de existir. Una vez muerto, el hombre pierde la posibilidad definitiva de aceptar o rechazar a Cristo.

Existe un juicio particular que ocurrirá para cada quien en el momento de su muerte, y un juicio final –o escatológico- que ocurrirá al final de los tiempos. Según el Catecismo, aquellos que mueren en la amistad de Dios viven para siempre con Él. Los que no, se condenan. Las almas amigas de Dios se vuelven imagen del Padre porque todo lo ven "tal y cual es" (1 Jn 3,2), es decir, entienden toda la revelación y han de contemplar eternamente a Dios.

El juicio escatológico de Dios será, entonces, el triunfo definitivo de Dios sobre el pecado y la muerte. Es verdad que, a lo largo de los siglos, la idea de justicia empezó a verse algo así como una rendición de cuentas del hombre frente a Dios. Esto empezó a generar mucha angustia en el hombre, un hombre que afirmaba que muy pocos eran los que se salvaban. Sin embargo, nótese que "(…) Jesús (…) anuncia sólo la salvación (…) La condenación del hombre sería en el peor de los casos, únicamente una posibilidad para personas individuales (…). Esto último significa que la salvación o condena de cada uno depende pura y exclusivamente de cada uno. Existe el pecado, pero también existe el arrepentimiento. Dios es infinitamente justo, pero también infinitamente misericordioso.

Por otra parte, en el Antiguo Testamento, existen pasajes bíblicos que encierran a la misericordia divina: "Dios vio que era bueno todo cuanto había hecho (…)" (Gn 1). "(...) no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes" (Sab 1,13). "No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 18, 23).

Recordemos que el Nuevo Testamento define a Dios como Amor (1 Jn 4,8) y quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad (1 Tim 4,8).

Sin embargo, la Comisión Teológica Internacional afirma que existe una condenación definitiva para aquellos que mueren con pecados graves: "El infierno es una verdadera posibilidad real y, por ello, no es lícito suponer un automatismo de salvación".

Es difícil hablar del fin de los tiempos. Dios no lo ha revelado. Lo que sabemos es que el Reino de Dios llegará a su plenitud luego del juicio final. Sólo Dios conoce y sabe cuándo y en qué lugar. "Será entonces cuando comprendamos toda su Providencia y Dios triunfará justamente sobre las injusticias mundanas”. Esto último significa entender la revelación completa de Dios.

(Continuará)