El cromosoma católico explica la risa del pueblo de Dios, que no es la risa del espectador del club de la comedia por el chiste de la madre casquivana y el padre flojo, sino la del que escucha a Leopoldo Abadía teorizar con sorna sobre las cuitas conyugales. Si la carcajada del espectador del club de la comedia no es la misma que la del oyente del ilustre economista es porque la carcajada que surge de la burla lleva siempre trazas de bilis, al modo en que el refresco de cola lleva siempre una fuente de fenilalanina, en tanto que la nace de la bonhomía abreva en la misericordia. Sin que eso le quite la gracia. 
Da fe de lo anterior el medio millar de personas que disfrutó de la conferencia que recién ha dado Abadía en la Universidad de Jaén, donde habló sobre la familia de toda la vida, esa institución que como una casa de tablas apuntalada sobre roca sufre, pero resiste, las tarascadas de quienes consideran que el progresismo es anterior al derecho natural. Don Leopoldo defiende lo contrario suavemente, con la sutileza de quien habla maravillas de la ebullición para hacer ver la importancia de no dejar el grifo abierto.  
La familia, entendida a su manera, es un ecosistema tanto más feliz cuanta mayor sea su biodiversidad. Lo tiene claro él, a cuyo lado Alberto Closas no es un eunuco, pero casi. Padre de 12 hijos, Abadía destaca la importancia, no del tálamo, sino del amor, que no es la cara amable del sexo, sino el afrodisíaco del matrimonio, lo que, como sabe todo el que está felizmente casado, otorga al beso en la mejilla rango de pasión desatada.