Muchas veces, a solas o en compañía, nos preguntamos acerca de cuestiones existenciales y también acerca de la muerte. ¿Qué es la muerte, qué pasa después? Este trabajo tiene que ver justamente con eso. Por supuesto que yo, personalmente, no tengo idea de lo que pasa después. ¿Después de qué? después de morirte.
Después de nacer, crecer, caerte por primera vez de la bicicleta, después de madurar, formar una familia, realizarte profesionalmente, envejecer…
…Podría decirse entonces que no tengo por qué escribir nada. Porque si no soy capaz de contestar a una pregunta tan pero tan profunda como esa mi trabajo no vale. Pero no, sí que vale.
Propongo una respuesta desde la fe. Muchas veces he trasnochado con amigos preguntándonos cuestiones incapaces de responder racionalmente. Este trabajo tiene que ver con el fin de los tiempos, con lo que pasará después. Es difícil imaginárselo porque nadie lo ha revelado. Son preguntas, preguntas retóricas que sacuden el alma y nos hacen pensar.
Por todo eso, dejo a un lado la filosofía y le doy paso a Dios.
Le entrego mis dudas a Él y les digo: adelante.
La escatología cristiana y su significado
La palabra escatología deriva del griego ‘éskhata’, que significa "cosas últimas"; fue traducida al latín en la versión de la Biblia llamada "La Vulgata" como ‘novissima’, que significa "lo más nuevo" o "las cosas más recientes".
"En todas tus acciones ten presente tu fin, y jamás cometerás pecado" (Ecl 7, 36). Es común que se recurra a este último pasaje bíblico para intentar fundamentar un tratado de escatología, en la que la Biblia se refiere al fin individual de cada persona.
Sin embargo, con esta definición se hace un lado a lo que se conoce como escatología intermedia: aquella que estudia la etapa que va desde la muerte de cada persona hasta el final de toda la humanidad. "(…) la escatología se refiere, sobre todo, al destino del hombre y del mundo después de la muerte"
La escatología en el Nuevo Testamento
Tiene su característica propia en el acontecimiento de Cristo, considerado como presencia personal de Dios en la Tierra y también como anticipación de la manifestación futura de Dios con la venida del Espíritu Santo.
Desde sus comienzos la fe cristiana consideró a la resurrección de Cristo no sólo en relación al pasado como cumplimiento de las profecías divinas, sino también en relación al futuro, como anticipación y garantía de la salvación venidera al final de los tiempos. El sentido escatológico del misterio de Cristo, desde su entrada en el mundo hasta su resurrección, adquiere así una perspectiva nueva: aparece la teología de la carta a los Hebreos, por ejemplo, que nos da su visión de Cristo como presencia personal de Dios en la historia (Hb 1, 1.4).
Según San Pablo, Cristo se encarna en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4) y presenta todo el misterio de Dios como un mismo acontecimiento que se inicia en la encarnación como apropiación de nuestra existencia temporal y mortal, que culmina en la cruz "y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz. Por lo cual Dios se exaltó y le otorgó el Nombre que está por encima de todo nombre" (Flp 2, 6-11), y que llega a su plenitud con la glorificación del Señor.
San Pablo subraya también el acto de la potencia divina en su resurrección, que da lugar a la divinización plena de la humanidad de Cristo (Col 1,9; 2,9). Cristo se hace hombre para que el hombre se haga Dios. Cristo nos comunica una gracia que nos la hace saber con la cruz.
Santo Tomás concluye que la economía salvífica de Dios para el hombre se ha cumplido. Cristo, al encarnarse, asume la naturaleza humana con todo lo que implica. Asume el límite característico del hombre al unir lo infinito con lo finito.
También lo afirma el Catecismo: "El fin último de toda la economía divina es el acceso de los hombres a la unidad perfecta de la Trinidad. Pero desde ahora somos llamados a participar de Dios trino" Además de aludir, claro está, al misterio central de la revelación: a Dios trino y salvador del hombre.
En la teología cristiana hablamos de pleroma; de la encarnación del Verbo que significa el fin del universo. Así, Cristo aparece como fin y como plenitud, porque todo resucita con Cristo y todo llega a su fin. Por ello decimos que Cristo es Señor de la historia y Cabeza de la Iglesia (Ef 1, 22) (Apoc 22, 12.13).
"Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23).
(Continuará)