Hace algunos años y aún hoy, se hablaba de lo que se daba en llamar el “voto cautivo”, al que se denominaba el que otorgaban en las urnas una serie de personas que por miserable que fuera el estipendio recibido, -porque efectivamente lo era (y lo es)- al verse ante las urnas se sentían obligadas a votar a un determinado partido político porque tenían la impresión de que de la presencia de ese partido en el gobierno dependía la continuidad de la percepción que, en unos caso, les permitía sobrevivir, o en la mayoría de ellos -digámoslo como es-, vivir sin trabajar o trabajando muy poco.
 
            Hoy les voy a hablar de otro voto diferente, aunque el nombre pueda inducir a engaño: el voto esclavo.
 
            El voto esclavo es el que algunos electores otorgan cuando al llegar ante las urnas sienten que no tienen más remedio, que no tienen más opción, que votar a un determinado partido que les gusta poco o nada, para que no ganen otros partidos a los que tienen aún más miedo que aquél al que votan.
 
            Lo curioso del tema es que ese partido que recibe el que denominamos “voto esclavo” y gana las elecciones gracias a él, está tan seguro de los electores a los que esclaviza, que cuando ha ganado las elecciones no cumple con las promesas realizadas sino que, por el contrario, lleva a la práctica las que satisfacen a los que no les han otorgado su voto ni, probablemente, lo harán nunca. Cosa que hacen la mayoría de las veces por verdadero miedo pánico a esos electores que no les votan; pero a veces, también, para congraciarse con ellos, para hacerse perdonar el hecho de pensar como piensan, y a menudo, porque en un extraño proceso psicológico de inseguridad en sí mismos y en las propias convicciones, los consideran más legitimados, con mejor derecho a sostener sus posiciones ideológicas, que a sí mismos y a aquéllos que les han votado. Pero en cualquier caso, extremadamente confiados en que sus votos esclavos nunca alzarán el vuelo ni buscarán otros cielos en los que aletear.
 
            En un extraño retruécano del proceso, la costumbre de decepcionar a los votantes esclavos llega tan lejos, que algunos de sus principales beneficiarios acaban hasta despreciándolos, y sintiéndose mejores y por encima de ellos, se desenvuelven de acuerdo con -y hacen suyo- un pensamiento que se parece más al de aquellos que no les votan ni lo harán nunca, que al de aquéllos que, presos del voto esclavo y con una fidelidad que raya en lo absurdo, los eligen elección tras elección.

            Eso sí, hasta que un buen día éstos se cansan y entonan la preciosa canción de Nino Bravo cuya interesante historia puede Vd. conocer mejor pinchando aquí… y se largan. Porque eso termina ocurriendo, no se vayan Vds. a creer, que consustancial a todo esclavo es soñar con la manumisión...
 
            Y sin más por hoy que esta reflexión, deseo a Vds. una vez más que hagan mucho bien y que no reciban menos. No me falten mañana, que traeremos una nueva edición del Termómetro de Persecución Religiosa.
 
 
            ©L.A.
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