La revolución es una anciana con malas pulgas que se mantiene joven gracias a la rabia, que es su botox. Como España se parece cada vez más a sí misma es muy probable que retorne el pasado como tragedia. Lo que demuestra que la teoría de Marx sobre la repetición descafeinada de la historia choca con la realidad de un país que nunca está para bromas. Aquí no hay lugar para la farsa.
Salvo que la farsa sea el populismo. La sociedad aguarda un tiempo nuevo, pero no será así. Llegará un tiempo ya vivido: el del ajuste de cuentas. Activada desde dentro la voladura del sistema, sólo queda que las urnas den el golpe de gracia a lo que hay. Lo que hay, por supuesto, no es nada del otro mundo y las urnas siempre llevan razón, faltaría más, así que a partir de 2015, si se mantiene la tendencia, ejercerá el poder el populismo. No los parias de la tierra, el populismo, que es, hay que admitirlo, un consumado experto en fabricar parias de la tierra.
Qué se le va a hacer. Aunque soy de letras no tengo nada que objetar a la imposición democrática de la aritmética. El que consiga más votos, gana, me guste o no, si bien es más que posible que lo que acontezca después me obligará a reeditar este artículo dentro de unos años, no muchos, cuando el gasógeno compita seriamente con el diésel y la cartilla de racionamiento sustituya a la pirámide alimenticia.
Puede que lo parezca, pero no soy enemigo de los cambios. De crío viví la transición, ahora tan denostada, de modo que percibí el hormigueo en el estómago de una sociedad entusiasmada con aquel primer amor. Y percibí que el hilo musical de aquella época se resumía en la canción de Jarcha, síntesis de la esperanza y el perdón. Ahora el estribillo es otro, menos plural, más incendiario. Tienes su lógica: hoy apenas hay chimenea en España que no se alimente con leña de árbol caído. No importa que apenas dé calor y se consuma rápido. Lo que importa es verlo arder.