Hace un año dejaba este mundo un cura cuya vida estuvo uniendo dos orillas: la vida pastoral y el apostolado de la pluma, como él solía llamar a su vida intelectual traducida en varios libros y numerosos artículos en la prensa y revistas determinadas.

Andrés Molina Prieto, nació en Jaén, estudió en el Seminario de Jaén, y en Roma. Ordenado sacerdote en la década de los años cincuenta entró como profesor de la casa de formación de los futuros curas.

Fue nombrado cura párroco de la colación de San Bartolomé, preciosa iglesia situada en el casco histórico de Jaén. En esa feligresía pasó el tiempo del Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica.

Llegó a ser Rector del Seminario de Jaén, donde se mantuvo como profesor  cuando dejó la rectoría.

Su asignatura era la Mariología, sobre cuya materia escribió excelentes obras y artículos. Se codeó con los mejores expertos en Mariología tanto de España como del extranjero. El premio le llegó un día cuando me llamó por teléfono para decirme:

-Tengo en las manos el nombramiento de miembro de número de la Pontificia Academía Mariana Internacional, con sede en Roma. ¿Te interesa la noticia?.

Me tiré de cabeza a destripar la noticia y darla a los cuatro vientos con la voz en la radio y con la letra en la prensa local.

Sus últimas palabras me las dijo por teléfono, igualmente, cuando una mañana desde su móvil me comunicó que una hermana de mi madre había fallecido en la residencia de ancianos donde él ejercia su capellanía.

Siempre nos veíamos cuando yo visitaba a mi tía. Un día le informé que Juan Manuel de Prada me había invitado a Lágrimas en la lluvia en Intereconomía TV.

Agudo, tomándome del hombro, soltó:

-Mira, si hubiera varios como este gran escritor, España volvería a ser católica.

Se lo conté a Juan Manuel, a quien este académico mariano leía con fruición sus artículos en ABC hasta el último día de su vida.

Tomás de la Torre Lendínez