El matonismo laicista es partidario de quitar a Dios lo que es de Dios, la Catedral de Córdoba, para darle al César el templo en usufructo. Con el Gobierno autonónomo en el papel de Pilato el laicismo sabe que tiene garantizado el apoyo disimulado de la Junta de Andalucía en todo lo que sea demoler la piedra angular. Siempre que haya quórum, por supuesto.
Los epígonos de Mendizábal aseguran que han recogido ya 400.000 firmas para expropiar la joya cordobesa a la Iglesia. Hombre, tampoco son tantas. Aunque cuentan con más de las que necesita Cristiano para ganar el balón de oro, una resta fácil revela que hay 46,5 millones de españoles que quieren que el templo siga en buenas manos.
El mío es un planteamiento falso, claro, pero no menos que el de la plataforma. La inexactitud de las matemáticas radica precisamente en la facilidad con la que se manipulan. Lo que sí es cierto es que un buen puñado de españoles añora el califato de los Omeya, el supuesto ecumenismo medieval, la presunta convivencia pacífica entre cristianos, musulmanes y judíos. O lo que es lo mismo, aquella Córdoba imaginaria que según historiadores de prestigio tenía menos semejanzas con el país de las maravillas que con el de nunca jamás.
Lo que revela la inocencia de los que se prestan al juego. La fórmula del tonto útil precisa de un tonto, si es posible elevado al cubo, para que salga la ecuación. Yo no creo que ninguno de los que apoyan la iniciativa lo sean, pero sí que inadvertidamente le hacen el trabajo sucio a quienes quieren recuperar Al-Ándalus. De modo que, si prospera la iniciativa, no sería extraño que con el tiempo las catedrales andaluzas se convirtieran en sedes de universidades de verano en las que eminentes yihadistas del Estado Islámico darían clases prácticas sobre los tres pasos a seguir para la lapidación de adúlteras (coger, apuntar, atinar) o incluso cursos on line para enseñar al que no sabe a realizar vídeos sobre decapitación de periodistas en plano secuencia, esto es, sin tener que darle continuamente al enter.
Vuelvo a exagerar, por supuesto, pero es para poner ante el espejo a quienes se creen que una expropiación como la que plantean no tendría consecuencias. El laicismo no batalla contra la Catedral de Córdoba, sino contra el sustrato católico de España. Y lo hace con un argumento torticero, la supuesta falta de legitimidad del cabildo para disponer del templo. Una pregunta: ¿Quién lo ha gestionado desde hace ocho siglos? ¿la consejería de cultura? ¿La plataforma que reivindica su uso público? Si es así, que enseñen los papeles. Deberían de saber que aunque las escrituras de propiedad no son sagradas lo que pone en ellas va a misa.