Una de las grandes fechas de la historia de la medicina, con el logro de un objetivo que servirá en adelante para salvar, por sí solo, tantas vidas, pero que abrirá, además, tantas nuevas vías y posibilidades a la ciencia médica, entre ellas todas las relacionadas con las cada vez más frecuentes intervenciones quirúrgicas en las que tanta sangre se pierde y que no serían posibles sin él.
Sí, porque el 9 de noviembre del año 1914, en el Instituto Modelo de Clínica Médica de Buenos Aires, un enfermo de tuberculosis pulmonar que ocupaba la cama 14 de la sala Fernández del Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson recibía la sangre donada por Ramón Mosquera, portero del Instituto, gracias al procedimiento de la transfusión. Cinco días más tarde, se ponía de nuevo en práctica el método con una parturienta que había sufrido graves hemorragias por placenta previa, salvándole la vida.
El protagonista del logro era el Doctor Luis Agote, médico argentino cuyo problema había consistido en buscar la forma de evitar la coagulación de la sangre que dificultaba hasta hacer imposible su transfusión, solución que halla en el citrato de sodio, una sal derivada del ácido cítrico que, añadida a la sangre, conseguía el efecto perseguido y además, era bien tolerada por el organismo y se eliminaba sin problemas. El 15 de noviembre de 1915 el diario New York Herald publica un artículo de Agote sobre el descubrimiento.
Luis Agote había nacido en Buenos Aires el 22 de septiembre de 1868. Tras licenciarse en medicina en 1893 por la Universidad de Buenos Aires (UBA), es nombrado Secretario del Departamento Nacional de Higiene y en 1895 se hace cargo del lazareto de Martín García. En 1899 ingresa en el Hospital Rawson de Buenos Aires, y en 1914 funda el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson, donde en colaboración con el laboratorista Lucio Imaz, desarrolla el método de conservación de sangre para transfusiones ya citado, y ejecuta, un día como hoy de hace un siglo, la que cabe considerar primera transfusión de sangre de la historia.
El verdadero comienzo de la historia de las transfusiones tal vez haya que colocarlo cuando primero Miguel Servet (gran sabio español al que puede Vd. conocer mejor pinchando aquí) en 1553 con su “Christianismi Restitutio”, y luego Willliam Harvey en 1616 con su “Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus”, describen la circulación de la sangre.
En 1666, el inglés Richard Lower realiza una transfusión entre perros, y un año más tarde el francés Jean Baptiste Denys otra de un carnero a un ser humano. En 1818 o en 1829, sin que exista acuerdo sobre la fecha, el británico James Blundell ya practicaba transfusiones mediante jeringas, con un éxito relativo a causa de dos problemas fundamentales: el primero, el desconocimiento de la existencia de distintos tipos de sangre, que se vendrá a resolver gracias a los trabajos y descubrimientos del austríaco Karl Landsteiner hacia 1900; el segundo, el de conseguir que la sangre se mantenga en un estado líquido que la haga transfundible.
En 1908, el francés Alexis Carrel intenta proveer una solución mediante una aparatosa intervención consistente en enlazar las arterias del donante a las venas del donado sin que la sangre deje de estar nunca en un organismo, evitando así que se coagule. Lo que Agote va a conseguir es, precisamente, simplificar tan gravoso proceso para conseguir que la sangre se pueda extraer, incluso almacenar, y reintroducir luego a voluntad en un nuevo organismo, -cosa que según parece experimentó en su propio cuerpo-, sin los problemas graves que plantea su rápida coagulación en menos de diez minutos.
Al mismo tiempo que Agote, investiga sobre el tema el belga Albert Hustin, del Instituto Solvay, que según parece, llega a una solución similar a la del argentino, con el que luego mantendrá una prolongada disputa científica sobre el tema y sobre la preminencia del descubrimiento, que en todo caso, disputan ambos científicos por apenas unos meses.
Como quiera que sea, Agote nunca patentó su técnica, y por el contrario, la hizo pública sin demora, contribuyendo así a la salvación de multitud de personas en un momento en el que el mundo se debatía en una terrible guerra, la más cruel vivida hasta la fecha, de la que entonces aún se hablaba como Gran Guerra Europea, pero que hoy conocemos como Primera Guerra Mundial (pinche aquí si desea conocerla mejor), y produjo 10 millones de muertos y 50 millones de heridos y mutilados.
Agote llevará a cabo también una carrera política importante que le ve convertirse en Diputado y Senador provincial en Buenos Aires y luego en Diputado Nacional. Amén de ello, deja una importante obra escrita tanto en el campo de la medicina, con títulos como “Nuevo método sencillo para realizar transfusiones de sangre”, “La úlcera gástrica y duodenal en la República Argentina”, “La litiasis biliar”, como en el terreno estrictamente literario con títulos como “Augusto y Cleopatra”, “Nerón, los suyos y su época. Una psicopatología del emperador romano” o “Mis recuerdos”.
Luis Agote fallecerá a los 86 años de edad en Turdera, en la provincia de Buenos Aires, el 12 de noviembre de 1954, y sus restos reposan en el célebre cementerio porteño de la Recoleta. Múltiples calles en Argentina, entre las cuales una en Buenos Aires, así como la Escuela Nacional de Comercio, el Instituto Modelo de Clínica Médica, el Instituto Nacional de Protección de Menores o el Centro de Hemoterapia del Hospital de Clínicas llevan su nombre en su memoria.
Y con esta importante efemérides, queridos amigos, una de esas de las que vale la pena acordarse en una página que como ésta se llama “En Cuerpo y Alma”, me despido de Vds. deseándoles como siempre que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos, les despido hasta mañana.
©L.A.
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