Gracias a mis padres conocí al cura que derramó sobre mi cabeza las aguas bautismales, a los 21 días de haber venido a este mundo. El sacramento tuvo lugar en la parroquia de San Ildefonso, de Jaén, donde resido.

El ministro de aquel bautizo fue don Manuel de la Casa, un hombre sencillo, cordial, embutido en su sotana, alto, un poco encovado y muy dulce a la hora de hablar.

Había salido ileso de sus padecimientos a causa de la guerra incivil que tiñó de sangre a toda España en la década de los años treinta del siglo pasado.

Sus predicaciones eran un pregón por la paz y la reconciliación de los ciudadanos de aquellos años, invitando siempre a no guardar venganzas entre familias o vecinos.

Una tarde, entramos en el templo, mis padres y quien suscribe este post, salía don Manuel, quien tuvo palabas de afecto conmigo, y mirándome serio pero a la vez sonrriente me dijo:

"Recuerda siempre que eres cristiano por la Gracia de Dios, por la educación de tus padres, y por este cura, que un día fue quien te hizo hijo de la Iglesia en el nombre del Señor. Reza siempre por mí, no lo olvides, porque a mí me queda poco de estar por aquí..."

Cierto. Un par de meses después dejó este mundo en paz y se marchó a la Casa del Padre. Todos los días rezo por él, como me pidió.

Tomás de la Torre Lendínez