Curiosamente la palabra beato/beata provien del latín beatus, que significa feliz, bienaventurado. En la práctica eclesial el título de “beatísimo” es uno de los que se da al Papa y también se denominan beatos a aquellos difuntos que, tras un estudio previo de su vida y obras, el Papa ha declarado como dignos de ser honrados con culto. Todos los santos, en su proceso de canonización, son declarados primeramente como beatos.
La Real Academia de la Lengua Española, en una de sus acepciones, define beato como “Persona muy devota que visita los templos con frecuencia”. Tal como está definido no incluye ninguna connotación despectiva, pero en la práctica este término se utiliza de forma peyorativa, como burla o insulto. Es muy similar a otros muchos como meapilas o algunas otras expresiones utilizadas en el español de Latinoamérica como chupacirios, zanahorias, etc.
Pero acotando el uso de esta palabra, y concretamente en femeninio plural, las “beatas”, en España suele referirse a un tipo de mujeres muy concreto: son asistentes a misa diaria; aunque pueden ser de varias edades, la mayoría de ellas son señoras mayores, muchas de ellas viudas, generalmente amas de casa y de un nivel sociocultural medio-bajo. Este tipo de mujeres suele generar ciertas antipatías en un amplio sector de la población, que suelen tacharlas de hipócresia o de querer figurar.
Es cierto que podríamos criticarlas o mostrar muchos de sus defectos o carencias que no se pueden negar, ya que muchas de ellas han hecho de la asistencia a misa un ritual monótono sin que luego tenga una repercusión real o significativa en su vida diaria, pero sería injusto tachar así a todas o incluso a la mayoría.
Yo por el contrario tengo un gran cariño a las beatas, no lo puedo evitar. Por un lado me parece que son las mantenedoras de una tradición importante que muchos no seguimos, desgraciadamente: la asistencia frecuente a la celebración de la Eucaristía y no solo a la preceptiva dominical. Por otro me resulta motivador cómo después de tantos años estas señoras prefieran seguir yendo a misa en lugar de hacerlo al bingo o a los bailes de los jubilados (que puede que algunas de ellas lo hagan también pero a otras horas). Y, como no, por su oración diaria, esa que nos ha preservado y preserva de tantos males: es frecuente que además de la misa queden un rato antes para el rezo del Santo Rosario.
En cierta ocasión empecé a hacer un cálculo sobre las veces que una beata habría ido a misa a lo largo de su vida y, contando día a día, seguro que más de una superará más de 10.000, 15.000 o incluso 20.000 veces a la hora de su muerte. Eso supone que habrán repetido miles de veces, e incluso decenas de miles aquello de “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”, por poner un ejemplo, y es así mismo muy probable que nunca hayan entendido realmente lo que significa esa frase, pero si que sabrán una cosa, que decir eso, aunque no sepan bien lo que quiere decir, es algo bueno. Y eso las hace merecedoras de mi respeto.