Como la crisis no ha acabado aún con las tres comidas diarias, la prensa prepara al español para este escenario como mejor sabe: dándole la cena. Los informativos nocturnos son la salsa agridulce que engorda el cabreo crónico que lleva en volandas a España hacia un desfiladero caraqueño. El periodismo precipita el fin del imperfecto régimen democrático mientras apuntala al inquietante hombre nuevo, cuya cara de no haber roto nunca un plato se contradice con su mirada de Che. 
Justo es resaltar que Podemos ganará por la ineficacia como estrategas de unos adversarios que consideran que con cirugía menor, con la amputación del órgano infectado, mantendrán sus constantes vitales. Por la ineficacia de unos adversarios que desconocen que el electorado no quiere que se depuren responsabilidades, sino dinamitar la Constitución porque entiende que el mejor modo de acabar con la peste es destrozar la sentina. 
Que es lo normal en una nación con tan mala memoria. La encuesta de El País que pronostica el hundimiento de la política clásica revela que electorado no valora el tiki taka, los años de prosperidad, ni tampoco la parada de Casillas, el frenazo a la intervención. Ahora quiere la cabeza de Iker, el tronco de Iniesta y las extremidades de Diego Costa. Lo que tiene su lógica si se considera que con el recuerdo del Mundial de Sudáfrica, los felices noventa, no desciende el paro ni se reducen las listas de espera ni se evitan los desahucios en el minuto 116.
De modo que si en su particular duelo de perdedores Sánchez y Rajoy insisten en mantener el 3-5-2 es porque no han captado la transformación sociológica que ha que ha experimentado España. De ahí que ambos pugnen por controlar el mediocampo, el centro político, sin tener en cuenta que la sociedad se ha radicalizado a fuerza de decepciones. No comprenden que al electorado se llega ahora con el juego directo de Pablo Iglesias, quien,
flanqueado en las bandas por Monedero y Errejón, dos leñeros de libro, aúna la habilidad de López Ufarte, el regate de Onésimo y la contundencia de Stoichkov. 
Escribo esto porque parece que siete millones de españoles, los potenciales votantes del partido de la ira, no le ven las orejas del lobo y considero conveniente que Pepito Grillo advierta a Caperucita de que se ha colado en el cuento de Pinocho. Debo de aclarar, no obstante, que mi discurso no es más que una pose. Tengo claro que esta gente cumplirá todas sus promesas, incluida la de la renta básica universal. De hecho, si no fuera porque sé que si gana Podemos en mi casa van a entrar cada mes 2.400 euros, estaría asustado.