Revista LINARES, nº 50. Agosto 1955
Poned un mucho de inteligencia, otro tanto de cordialidad y una suma de sencillez; trazad una raya, y debajo el nombre de Rafael Zabaleta, y tendréis el perfil de un grande de la pintura española.
Con Zabaleta hemos hablado, como quien dice en su “salsa”: Tíscar y la serranía de Quesada, que lleva grabadas en el corazón a golpes de sentimiento y pincel. Si por una de esas circunstancias que Dios no quiera, Zabaleta se alejara de su abrupto paisaje natal, sus pinceles seguirían culebreando con la idéntica gracia de la visión directa. Su mano mágica lo pintaría –lo pinta ya- de memoria. Sienas y grises de los picachos; verdes de choperas y pinares; oros, prusia y naranjas de su bóveda celeste, los recrea a ciegas su paleta, deleitándose en el recuerdo.
Conocíamos al artista sólo por su obra. Vinimos a él deslumbrados por la centella del genio. Pero de aquí que, de pronto, nos ha salido al paso toda la cálida humanidad de un corazón sencillo. El famoso cuya obra atrae en las salas al monóculo del diletante, a manos el roce con el hombre modesto. Le hemos visto hasta discutir, en fútbol, un tanto dudoso con idéntico calor que una teoría estética. El Zabaleta hombre no tiene menos matices que el Zabaleta genio.
Ya en los trámites de nuestro conocimiento pudimos acusar la simpatía del artista. Apenas el escritor Antonio Santamaría le hizo llegar nuestro deseo de diálogo, Zabaleta se presentó con un grupo de hombres buenos de Quesada, que viven el arte del paisano y hasta discuten sus motivos.
Yo no sé si será por el atuendo campestre, pero la impresión externa de Zabaleta es la de esas personas apacibles que vemos bajo un puente con una caña de pesca, o la del hombre que, escopeta al hombro, se interna en la sierra con un perro perdiguero.
Sin embargo, esta sensación es momentánea. Fijándose, su cabeza es ya de intelectual, y su voz aclara toda duda: una voz armoniosa y bien timbrada, de bajo, que, sin vanidad, asoma su sólida formación estética y cultural. Sus ojos merecen punto y aparte.
En toda conversación hay como un algo que se resiste al encasillado de la entrevista periodística. Así, con Zabaleta habrá que dejar al margen, por inaprensible, el lenguaje de sus ojos. Las pupilas le son un elemento más –el primero- en la expresión. Vivas, penetrantes, se le encienden como dos fogatas al conjuro de la palabra “arte”. Forzosamente la imaginación del lector habrá de suplirlas.
Naturalmente, el peloteo de preguntas hubo de iniciarse por la actualidad de nuestra Exposición de Bellas Artes.
- La conozco y la he visto ya en tres ocasiones. La última, hace dos años, estuve recorriéndola con el pintor Vargas Ruiz, galardonado en la precedente y, por lo tanto, miembro del Jurado. Es más, procuré influir a favor de una artista almeriense, a mi juicio lo mejor del certamen, que luego resultó premiada.
-¿Cómo la ve a través de su experiencia artística?
- En principio, no soy partidario de las muestras colectivas. Mis preferencias van por las de menor número posible de autores, como la de los Once, que acusan ya personalidades definidas. Sin embargo, veo esta con mucha simpatía, por el esfuerzo que supone, y hasta ando con ganas de mandar algo.
-¿Por qué no este año?
- He de ultimar aún mi envío a la Bienal.
-En Linares se aboga por aumentar la cuantía de los premios.
- Los encuentro razonables. Tenga en cuenta que el primero de la Nacional es sólo de 25.000 pesetas. No obstante, su prestigio iría en aumento.
Hablamos de exposiciones. Zabaleta impugna el rígido concepto selectivo de la Nacional, que obstaculiza la inquietud creadora.
- Me gusta la Bienal por su aire renovador. En la primera presenté unos cuadros que entusiasmaron al pintor Sunyer. Como temo a los desperfectos de los traslados, en la de La Habana me limité a presentar un solo motivo. Figuró en la sala de los memores, como Ortega, Muñoz, Benjamín Palencia.
-¿Y la crítica?
- Conservo recortes de juicios inmejorables.
-¿Qué prepara para la de Barcelona?
- Tres cuadros. El primero es una apoteosis de la Naturaleza. El segundo, una escena de trilla con un primer plano de figuras como la Maternidad, el Trabajo, etc. El último, un nocturno luminoso con un grupo de durmientes. Los tres son como una síntesis de mi pintura, y ni que decir tiene que he delineado paisajes y tipos tomándolos de mis serranías.
-¿En qué fundamenta su pasión por los temas quesadeños?
- En el vigor de su humanidad y de su naturaleza. Admiro desde su hombre prehistórico hasta el actual.
Sale a relucir después el entusiasmo que el maestro D’Ors sentía por él, discípulo suyo. De la pasión de D. Eugenio queda constancia en las páginas de su célebre Glosario. Precisamente ahora está en prensa un libro de Zabaleta en el que, junto a las reproducciones de sus obras más famosas, figuran los textos que en su día le dedicara la suprema autoridad artística de todos los tiempos. A instancia de sus paisanos, Zabaleta nos relata una anécdota del gran Xenius.
- En Barcelona, a don Eugenio le tocó ser Jurado de una exposición a la que yo concurría. Para el fallo, cada miembro presentaba una terna por orden de preferencias, que luego se resumían. La de D’Ors figuró así: Zabaleta, Zabaleta y Zabaleta.
Con el artista charlamos el mismo día que cierra una interesantísima experiencia espiritual. La pregunta se impone.
-¿Cómo debe ser tratado el tema espiritual?
- Sintiéndolo y viviéndolo, nunca por otros motivos. Yo lo he abordado en pocas ocasiones, pero siempre con unción. Cuando hice la Asunción, fue con un fervor que me salía de lo más hondo, renunciando a teorías y posturas y sirviendo sólo a la grandeza del tema. Allí, los ojos eran ojos, sin prismas intelectuales. Puse calor y me llenó plenamente. Lo presenté a la Nacional y, con sorpresa, me lo rechazaron. Por su amplitud, su conservación era un problema, porque no tengo estudio en Madrid. Entonces se lo llevé a D. Eugenio, que no sólo lo aprobó, sino que lo colocó en sitio de honor de su casa. Para Quesada hice un San Pedro y San Pablo que sigue la línea de estas ideas. En otro sentido he tratado motivos religiosos en mis cuadros de la romería a Tíscar.
Una pregunta de rigor:
-¿Preferencias?
- Los clásicos, destacando a Velázquez; después, el Greco y Murillo. Al lado de ellos, la pintura moderna está en mantillas. Es un buscar sin encontrar.
-¿Y Zurbarán? –pregunta D. Manuel Vilaplana que asiste a la charla.
- Me gusta por su calor y su emoción religiosa.
El diálogo toca a su fin. Hace apenas una hora que Zabaleta ha terminado unos ejercicios espirituales. Por eso, como broche, investigamos su estado de ánimo.
- Mi impresión coincide con el significado de la palabra que le da nombre: son un ejercitarse el alma; una gimnasia espiritual. Precisamente porque yo me doy en mi arte a la gimnasia de la inteligencia, he sabido apreciar el valor de esta oportunidad que Dios me concedía. He detenido, incluso, los trabajos que destino a la Bienal, que eran urgentes. Por lo demás, Dios me ha hablado en el paisaje que mueve mi tarea creadora.