¿Construimos sobre la roca que es Cristo o sobre la arena que somos nosotros mismos? En la Iglesia deberíamos de ponernos de acuerdo antes de empezar cualquier proceso de diálogo, Sínodo, reunión o encuentro.
¿Qué es dialogar? Cuando hablamos de dialogar parece que nos sentamos a charlar sobre cuestiones que no tienen importancia. Cuando indicamos que discutimos, parece que debe haber pelea y cierta violencia verbal. La perversión del lenguaje es una de las herramientas más eficientes del diablo. En el proceso de deconstrucción de la Iglesia, la palabra “diálogo” se ajusta a su significado relativista:
…la noción de diálogo (que en la tradición platónica y cristiana ha mantenido una posición de significativa importancia) cambia de significado, convirtiéndose así en la quintaesencia del credo relativista y en la antítesis de la conversión y de la misión.
En su acepción relativista, dialogar significa colocar la actitud propia, es decir, la propia fe, al mismo nivel que las convicciones de los otros, sin reconocerle por principio más verdad que la que se atribuye a la opinión de los demás.
Sólo si supongo, por principio, que el otro puede tener tanta o más razón que yo, se realiza de verdad un diálogo auténtico. Según esta concepción, el diálogo ha de ser un intercambio entre actitudes que tienen fundamentalmente el mismo rango, y, por tanto, son mutuamente relativas; sólo así se podrá obtener el máximo de cooperación e integración entre las diferentes formas religiosas. (Card Joseph Ratzinger. Relativismo en teología: la retractación de la cristología. Situación Actual de la Fe y la Teología).
Este texto nos puede ayudar a entender la situación actual de la Iglesia, en el intermedio entre los dos Sínodos de la Familia y con muchas y diversas grietas en su interior.
Dialogar es exponer lo que cada cual entiende y buscar con ahínco la Verdad. Lo que no es dialogar es buscar cómo podemos vivir sin estorbarnos unos a otros. Es decir, podemos plantear el diálogo como la vía más civilizada hacia el desafecto mutuo o buscar la forma de superar nuestros prejuicios y estar realmente unidos.
La unidad de la Iglesia se suele medir según las apariencias. Si no hay malos modos y no nos peleamos, se suele pensar que vivimos la unidad. Pero, tristemente, lo que vivimos es una educada ignorancia de quien piensa y vive de forma diferente.
Creo que la verdadera medida de la unidad de la Iglesia es la colaboración en las tareas que son necesarias: evangelización, catequesis, sostenimiento de la Iglesia, apoyo a la labor de los sacerdotes, etc. Por ejemplo, si los sacerdotes tienen como misión específica celebrar los sacramentos ¿Es lógico poner pegas a su ministerio? Tristemente de vez en cuando vemos que se anteponen las formas a la misión. Detrás de algunos de estos problemas encontramos otros problemas más profundos, como el entendimiento de qué son los sacramentos y su necesidad.
Sin duda, la variedad de carismas de la Iglesia es maravillosa y todos son dones necesarios para nuestra vida de fe, pero ¿Compartimos estos carismas o los guardamos para un grupo específico? No es raro escuchar que tal grupo, movimiento, orden o parroquia son “los mejores”, para después encerrarse en sí mismos a disfrutar de ellos mismos. Después nos quejamos que no existan vocaciones y que tengamos problemas para que todos estos carismas tengan continuidad. Si los encerramos para no contaminarnos, desaparecemos. Las parábola de los talentos es concluyente.
El diálogo busca la unidad, no el cómodo distanciamiento. El diálogo busca desmontar las barreras que nos separan y los prejuicios que nos encadenan, no encontrar el mejor aislamiento para no molestarnos unos a otros.
En el Sínodo de la Familia hubo cierto diálogo, pero también se constató que, detrás de las polémicas, existían cimientos de fe muy diferentes. Buscar una solución que contente a todos, sin abordar las diferencias fundamentales, es engañarnos y participar del juego relativista de deconstrucción de la Iglesia. La solución de que la doctrina permanezca invariable, pero que la pastoral haga lo que crea oportuno, es una de estas evidencias deconstructivas.
Por ejemplo, antes de hablar sobre las herramientas pastorales que deberíamos utilizar para acercarnos a las personas con tendencias homosexuales, deberíamos de tener un modelo de ser humano común y coherente con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Antes de hablar sobre el acceso a los sacramentos de las personas divorciadas y vueltas a casar, tendríamos que entender los sacramentos, el pecado y el camino de la conversión, de la misma forma.
El problema es que si nos metemos de verdad a dialogar sobre la fe de unos y otros, nos daríamos cuenta de las grietas y cañones del Colorado, que realmente nos separan. Mejor que cada cual haga de su capa un sayo, sin pisar el callo al vecino.
La Iglesia se construye dialogando buscando la Verdad, que es Cristo. Mientras que se dialoga de forma relativista la reconstruimos, la transformamos a nuestra imagen y conveniencia.