SI LOS RICOS NO HUBIERAN QUERIDO SER MÁS RICOS AÚN

-En este pueblo he organizado la primera Sociedad Católica Obrera, hace muchos años… En la medida de mis fuerzas, trataba de resolver todos los conflictos que surgían entre los propietarios y los braceros. Defendía a los pobres

Al hablar de esto, la cara, alegre y viva del viejo párroco, se ensombrece un poco.

-Organicé esa Sociedad Catolica, porque me anunciaron los campesinos que sí yo no les protegía, se afiliarían a asociaciones extremistas de la ciudad. A muchos ricos del pueblo les disgustó mi decisión porque sabían que no les iba a dar la razón cuando no la tuvieran.

La ocasión se presentó bien pronto, por otra parte. Una primavera, entrado ya el mes de mayo, los trabajadores, para quienes los propietarios habían aumentado el precio del trigo, pidieron que les subieran el jornal de ocho reales a once reales. Hubo una gran asamblea que presidí. Los ricos no quisieron ceder.

-Pónganos el pan al precio de antes -dijo uno de los trabajadores-, y nos conformamos con los ocho reales. ¡Ocho reales! ¡Pobres gentes!...

Todos mis esfuerzos se estrellaron contra la oposición de los propietarios, para quienes no significaba nada el aumento del jornal.

Don Rafael concluye tristemente:

-Si los ricos no hubieran querido ser más ricos aún, si hubieran sentido un poco de compasión por sus hermanos que sufren y que pasan hambre, muchas cosas que están ocurriendo en las aldeas de España no hubieran sucedido. Pero, hágase la voluntad de Dios…

ESTOY DISPUESTO A RENDIR CUENTAS AL SEÑOR

Basta cruzar tres calles del pueblo con don Rafael para hacerse una idea del cariño que todos los vecinos sienten por el viejo párroco.

-A casi todos los ha bautizado y casado. No hay una casa del pueblo donde no haya entrado para cumplir mi misión.

Y lo que el párroco no me quiere decir, un amigo suyo que nos acompaña por el pueblo, me lo confía:

-Don Rafael ha gastado toda la herencia de sus padres en limosnas. Su paga, sus bienes, todo ha ido pasando a las manos de las gentes necesitadas que han llamado a su puerta. Ahora, desde la separación de la Iglesia y del Estado, vive de la caridad de los fieles. Si algún mes le sobra dinero, lo reparte entre los que son más pobres que él.

Para interrumpir esta conversación, el aludido me dice:

-El día de mis bodas de oro sacerdotales ha sido uno de los más bellos de mi vida. Comulgó todo el pueblo. El señor obispo vino de Zamora, y, en varios automóviles, las juventudes católicas. En este pueblo, que vigilo amorosamente desde hace cuarenta años, la fe se ha conservado intacta al través de muchas borrascas. Bajo mi dirección y amparo, diez discípulos míos han terminado la carrera eclesiástica, y cinco muchachas han ofrecido su vida a Dios. Soy viejo y estoy dispuesto, cuando el Señor quiera, a rendirle cuentas de todos mis pecados en el mundo.

El viejo párroco de Monfarracinos me acompaña hasta una venta de la carretera de Zamora, donde dejé el coche. Mientras el mecánico se esfuerza en lograr que arranque el motor helado, le veo desaparecer en la niebla, caminando a grandes zancadas, tieso y fuerte como un mozo.