Nos dijeron que la crisis era económica, que a base de ajustes, reajustes y recortes, todo se solventaría. Hoy, cuando lo más que hemos conseguido es abrir dos agujeros extra en el maltrecho cinturón, la rabia y desesperación se apodera de propios y extraños , y crecen de forma directamente proporcional a los escándalos de corrupción, que ya monopolizan el espacio de los noticieros.
Y es así que lo descabellado, lo extremo, lo imposible, lo que nunca hubiese sido ni tan siquiera una opción a evaluar, se convierte hoy en la primera opción de voto. Dios nos ampare.
En medio de este barullo, ¿quién se hace eco de lo que siempre ha venido diciendo la Iglesia? La raíz de esta crisis no es la economía: son los valores, es la carencia de espiritualidad. Viendo la podredumbre a nuestro alrededor, no ya sólo de la corrupción, sino de la renuncia a los propios principios de los partidos, al derecho a la vida, a la unión de la nación, a la defensa de la familia como generadora de vida, a la justicia… viendo que el “chavismo” va a pasar a ser nuestro referente, ¿alguien puede poner en duda aquello que la Iglesia denunció?
Sin el cristianismo que vertebró no sólo España, sino toda Europa, somos presa del primer dios que nos traiga una pizca de luz. Las esperanzas otrora depositadas a la izquierda o a la derecha, visto el hartazgo que han desencadenado, se van ahora aún más lejos, a la extrema siniestra. Y así, el primer iluminado que por allí pasaba, arrastra a las masas a un abismo aún mayor del que podamos hoy atisbar.
Y es que en esta Europa que borra a Dios, no hay ya cielo anhelado, ni infierno temido. A todo dirigente la boca se le llena con la palabra libertad, cuando lo cierto es que sin Dios ya no somos libres; pues no queda quien busque el bien de su país, de sus vecinos, de todo un pueblo que clama por un futuro mejor. Sólo la esclavitud del beneficio personal, del enriquecimiento ilícito, de un extremo egoísmo que nos hace vivir de instintos, cual animales, sin discernimiento, sin conciencia, sin la grandeza de aspirar a un bien mayor que el propio. Qué añoranza de los tiempos de hombres de Estado que temían a Dios, y que amaban a su país.
Hombres y mujeres de principios, de valores, de palabra, de coherencia. Hombres y mujeres que no deseaban la muerte, pero que eran conscientes de su inexorable e impredecible llegada, ante la que no deseaban sino estar preparados para el juicio de Dios. No los imagino disfrazándose de ella, celebrándola, festejándola. No creo que un día como el de hoy, olvidasen rendir memoria a los que les dieron la vida, les precedieron en la fe, y anhelan sus oraciones para entrar a gozar de la presencia de Dios. Les resultaría abominable trocar la esperanza de una vida eterna para aquellos que dejaron este mundo, por la adoración de aquella que con su guadaña hizo que abandonaran el mismo (hablo de Halloween frente a la conmemoración de los fieles difuntos).
Todo está al final conectado.
Pese a todo ello, ánimo. En medio de este caos, de estas tinieblas que crecen en derredor, ya sólo cabe vivir nuestra fe radicalmente, sin medias tintas. Hemos de ser los nuevos “Noés” de nuestro tiempo, pues la enorme barcaza de la salvación existe: Dios es el capitán del barco, Jesús el timonel, el Espíritu Santo el viento en las velas, y la Iglesia el vigía en lo alto del mástil. Sin ellos vamos a la deriva.
Llevemos a cuantos hombres podamos a esta barcaza lo antes posible. Las nubes del horizonte son muy negras…