Todo un tema al que llego gracias a la sugerencia de Jesús Barrera, con cuya amistad me precio y de cuyas reflexiones nunca sale uno defraudado.
 
            Y es que efectivamente, la transcripción de las palabras de Pablo por lo que a la homosexualidad de refiere desde la Vulgata -que como se sabe es la traducción realizada por San Jerónimo de los textos originales griegos al latín y elevada a versión oficial de la Biblia por el Concilio de Trento en el año 1546 aunque su utilización práctica como tal sea muy anterior (pinche aquí si desea conocerlo todo sobre la Vulgata)- hasta las versiones en nuestra lengua contiene muchas cuestiones importantes que no debemos dejar pasar por alto y a las que, si me lo permiten Vds., me voy a referir precisamente hoy, para que pasemos un ratito que espero fecundo y provechoso.
 
            Ante todo, veamos los dos textos concernidos por la cuestión que nos ocupa. El primero, por su orden cronológico, la Carta a los Corintios:
 
            “¡No os engañéis! Ni impuros, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni ultrajadores, ni explotadores heredarán el Reino de Dios” (1Co. 6, 8-9)
 
            Traducida del siguiente texto en el latín de San Jerónimo:
 
            “Nolite errare: Neque fornicarii, neque idolis servientes, neque adulteri, neque molles, neque masculorum concubitores, neque fures, neque avari, neque ebriosi, neque maledici, neque rapaces regnum Dei possidebunt”.
 
            El segundo, la Primera Carta a Timoteo:
 
            “Sí, ya sabemos que la Ley es buena, con tal que se la tome como ley, teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreligiosos y profanadores, para los parricidas y matricidas, para los asesinos, adúlteros, homosexuales, traficantes de esclavos, mentirosos, perjuros y para todo lo que se opone a la sana doctrina” (1 Tim. 1, 810).
 
            Traducida a su vez, del siguiente texto en el latín de San Jerónimo:
 
            “Sciens hoc quia lex justo non est posita, sed injustis, et non subditis, impiis, et peccatoribus, sceleratis, et contaminates, parricidis, et matricidis, homicidis, fornicariis, masculorum concubitoribus, plagiariis, mendacibus et perjuris, et si quid aliud sanae doctrinae adversatur”.
 
            La palabra que la Biblia Vulgata pone, por lo tanto, en boca de San Pablo para referirse a los homosexuales es, en ambos casos “masculorum concubitoribus”, que literalmente significaría y significa “abusadores de hombres” (hombre en su sentido de “varón” no de “ser humano”).
 
            Lo que ya suscita de entrada una cuestión importante, cual es la de que San Pablo, a pesar de que, como tuvimos ocasión de ver en su día (pinche aquí si desea conocer la opinión de San Pablo sobre la homosexualidad), en su mención de la Carta a los Romanos (cfr. Ro. 1, 24-27) sí toma en consideración la homosexualidad femenina contrariamente a lo que, como también vimos, se hace en el Antiguo Testamento, aquí, a la hora de mencionar a aquéllos –o algunos de aquellos- para los que está hecha la Ley (Carta a Timoteo) o que no heredarán el Reino de Dios (Carta a los Corintios), sólo piensa en -y menciona- la homosexualidad masculina, volviendo así al criterio imperante en el Antiguo Testamento.
 
            Con todo no es ésta la única cuestión. Pues existe todavía otra no menos importante sobre la locución latina “masculorum concubitoribus” de la Vulgata, que tiene que ver, ahora, con la palabra a la que se la vierte en sus traslados al español. Y así, si en las traducciones más antiguas -y aún en algunas de las modernas como la de la Universidad de Navarra-, se la vierte como “sodomita”, en las más modernas como la muy reputada de la Biblia de Jerusalén se la vierte como “homosexual”.
 
            Parece bastante evidente que la razón de la progresiva transición desde la palabra “sodomita” hasta la palabra “homosexual” está estrechamente relacionada con las connotaciones peyorativas que recaen sobre la primera y de las que se halla exenta, hasta la fecha, la segunda. Ahora bien, al así hacerlo se ha desprovisto a las palabras de Pablo de una parte importante de su significado. Y es que aunque una cuestión de oportunidad, de justicia, de neutralidad, de piedad, de misericordia, llámese como se quiera, pueda invitar al uso de otra palabra distinta, lo cierto es que mientras “sodomita” es sólo el que lleva a la práctica conductas sodomitas independientemente de cuáles sean sus sentimientos o sus inclinaciones (incluso, llevando el argumento al límite, sin ser propiamente homosexual), “homosexual”, por el contrario, se puede ser sin ejecutar acción o comportamiento alguno de tipo sodomita.
 
            De lo que de la traducción de la Vulgata realizada por la Biblia de Jerusalén y otras resulta que Pablo condena a las penas de la Ley y a no heredar el Reino de Dios a todos los homosexuales, aunque no practiquen, mientras que de las versiones más antiguas y de la de la Universidad de Navarra resulta que Pablo sólo sentencia con dichas condenas a los que siendo (o no) homosexuales, practican (además) la homosexualidad. Importante matiz.
 
            Y sin más por hoy que estas reflexiones con las que apenas espero haberles hecho reparar en lo importante que puede ser –y es- una traducción, -cuanto más la de un libro de la relevancia de la Biblia-, me despido de Vds. por hoy, deseándoles como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
            ©L.A.
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