Para todos aquellos que hayan seguido el reciente Sínodo extraordinario sobre la familia a través de la prensa generalista, el cardenal Burke es una especie de ogro, un retrógrado intransigente y carente de misericordia, ávido de fastidiar a homosexuales y divorciados.
La realidad es muy distinta. Al menos eso es lo que se adivina a partir del testimonio de Eric Hess, quien ha publicado un artículo, Coming out of Sodom, en el que hace referencia a su trato con el entonces obispo Burke.
Hess explica de este modo su experiencia:
“De 1990 a 1994 fui a misa de vez en cuando. En 1995, le dije a mi "compañero" que no ya podía ir más porque estaba muy enfadado con la Iglesia. Metí en una caja todos mis crucifijos y Biblias y los dejé en la oficina del obispo de La Crosse, Wisconsin, con una carta renunciando a la fe católica.
Para mi sorpresa, el obispo Raymond Burke respondió con una amable carta expresando su tristeza. Me decía que respetaría mi decisión y que la notificaría a la parroquia donde había sido bautizado. Muy educadamente, el obispo Burke me decía que rezaría por mí y que esperaba el momento futuro en el que me reconciliase con la Iglesia.
Como uno de los más abiertos activistas "gay" de Wisconsin, pensé: "¡Qué arrogancia!". Entonces le contesté al obispo Burke con una carta acusándole de acoso. Le dije que sus cartas no eran bienvenidas y le pregunté cómo podía atreverse a escribirme.
Mis esfuerzos no lograron desalentarle. El obispo Burke me envió otra carta asegurándome que no me iba a escribir más, pero que si en el futuro deseaba reconciliarme con la Iglesia, él me daría la bienvenida con los brazos abiertos.
De hecho, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nunca se dieron por vencidos conmigo. Al cabo de pocos años, hablé con un buen sacerdote, quien se sumó a las oraciones del obispo Burke desde agosto de 1998.
El 14 de agosto, festividad de San Maximiliano María Kolbe y vigilia de la Santísima Asunción de María, la misericordia divina penetró mi alma cuando estaba en un restaurante. Yo no sabía cuando entré en ese restaurante con mi "compañero" de más de ocho años que el Señor me iba a agarrar esa misma tarde y me llevaría a otro lugar fuera de Sodoma, al banquillo de los acusados de su misericordia sanadora, el santo sacramento de la Penitencia.
El sacerdote que había consultado estaba allí. Mientras le miraba, una voz interior le habló a mi corazón. Era suave, radiante y clara dentro de mi alma. La voz me dijo: "Este sacerdote es una imagen de lo que todavía puedes llegar a ser, si sólo vuelves a mí."
De regreso a casa, le dije a mi compañero: "Necesito volver a la Iglesia Católica". A pesar de que se le saltaron algunas lágrimas, él me respondió con cariño: "Eric, lo he sabido desde hace mucho tiempo. Haz lo que tengas que hacer para ser feliz. Yo sabía desde el principio que este día llegaría".
Después, llamé a la oficina del obispo Burke. Su secretaria sabía bien quién era por aquel entonces, así que le dije que quería que el obispo Burke fuera el primero en saber que regresaba a la Iglesia, que me estaba preparando para el sacramento de la Penitencia. Ella me pidió que esperase un momento. Cuando regresó, me dijo que el obispo Burke quería reunirse conmigo.
Después le confesé mis pecados a un humilde y devoto sacerdote local, pastor de almas y recibí la absolución. Como parte esencial de mi recuperación, una buena familia católica me dio refugio hasta que pude encontrar mi propia casa.
Un mes después de mi reconciliación con Dios y con la Iglesia, me fui a la oficina del obispo Burke, donde él me recibió con un abrazo. Me preguntó si recordaba mis pertenencias que le había enviado junto con mi carta de renuncia. Por supuesto que lo recordaba. El obispo Burke las había guardado porque creía que iba a volver a la Iglesia.”
Lo dicho: un monstruo sin misericordia, un “homófobo” insensible e ideológico.