El joven estadounidense, Ethan Couch, con apenas dieciséis años, mató a cuatro personas e hirió a otros nueve mientras conducía bajo los efectos del alcohol. Sin embargo, se libró de ir a la cárcel porque en el juicio, un psicólogo de prestigió adujo que la educación recibida de sus padres había sido tan protectora que no le habían enseñado el sentido de responsabilidad, carencia que el citado experto denominó “afluenza”, situación por la cual era incapaz de medir ni asumir las consecuencias de sus actos. Este es el resultado de la educación recibida por unos padres permisivos que regalaron todo tipo de caprichos y jamás pusieron límites ni castigos al hijo.
Basta poner el nombre del joven en internet y ver cómo acabó la historia. Aunque pudiera parecer una exageración, es un síntoma de una sociedad enferma que no sabe educar, porque entre otras cosas no sabe en qué consiste la libertad ni la responsabilidad.
Pueden resultar llamativos estos hechos, pero determinados principios y modos de educar tienen estas consecuencias. Como decía el pensador Vázquez de Mella: “levantan tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias”. No podemos darle la razón en todo al niño, no negarle nada y escandalizarnos luego con su proceder caprichoso, despótico y egoísta o preguntarnos cínicamente: ¿qué estamos haciendo?
La educación en España camina cada vez más por derroteros similares: una sobre protección que evita al niño cualquier esfuerzo, se le consiente todo, no se le exige que haga lo que puede o debe hacer - a veces hasta los deberes escolares, o la mínima aportación en las tareas de casa -.
El resultado es una falsa autoestima, una manifiesta incapacidad de asumir responsabilidades y una nula resistencia a la frustración y al fracaso. “Su majestad el niño”, tiene todos los derechos y ningún deber, pero con ello, lejos de ayudarle a crecer, le convertimos en un inmaduro abocado al fracaso por su incapacidad de asumir compromisos, de superar las dificultades y, lo que es más importante, de aceptar las limitaciones propias y las posibilidades que encierra la superación de uno mismo y la colaboración con los demás.
Lo curioso del asunto es que los padres y educadores en lugar de aceptar que ha sido el fruto de una mala educación, achacan a la biología, a la mala suerte o a la sociedad las incapacidades del joven. Cualquier causa antes que asumir la propia responsabilidad como educadores.
En la enseñanza, esta situación tiene sus consecuencias en los aprobados masivos, fruto de la bajada de nivel, - acentuada a partir del covid- y la disminución de alumnos excelentes, dos grandes males del sistema educativo español. Mientras tanto, buscamos otras causas y remedios, tan caro como inútiles. Educar a un joven, convertirlo en un adulto maduro es hacerle responsable, capaz de dar respuesta de sus actos y de sus consecuencias. Desde otro punto de vista es lograr que sea capaz de superar las limitaciones tanto externas – dificultades no le van a faltar en este mundo -, como internas: el miedo al qué dirán, la propia pereza, egoísmo, etc.
Sin embargo, en la educación actual, ya sea la que se imparte en las familias, en las escuelas, o en la calle, parece que se ha olvidado de esta evidencia. El primer protagonista activo de la educación es el propio niño o joven y sin su consentimiento y esfuerzo es imposible una educación plena. Gran error es buscar medios, procedimientos, artificios o excusas cuando olvidamos esta evidencia: la educación es una tarea activa, no pasiva. Sin el propio compromiso es imposible aprender ni educarse. Se educa uno con la ayuda de los demás.
La tentación de evitarle al niño o adolescente esfuerzos y dificultades es muy fuerte en la sociedad hiperprotectora donde nadie asume su responsabilidad, pero no hay nada más ilusionante que asumir la educación como una travesía que debe hacer el propio joven.
Nunca fue tan necesario como hoy asumir como lema de vida y por tanto de la educación los siguientes versos del poema Invictus: "Soy el dueño de mi destino, soy el capitán de mi alma” de W. E. Henley, y reproducidos por Nelson Mandela en la película del mismo nombre.
En una sociedad como la actual, llena de adolescente inmaduros, educados por adultos - a veces, también inmaduros- es más necesario que nunca personas responsables, con ideas claras, con voluntad firme para conseguir los fines propuestos y con capacidad de convivir y entusiasmar a los demás a pesar de las innumerables dificultades y obstáculos que surjan. Sin este tipo de personas no hay familia, escuela, empresa o sociedad que pueda sobrevivir. Pero para ello es necesario educar desde pequeño en la superación de las dificultades y la aceptación de las responsabilidades propias.
En resumen, para educar, es imprescindible recuperar el camino auténtico, es necesario devolver el protagonismo al joven, hijo o alumno, empujarle a que asuma su libertad y en consecuencia su responsabilidad. De ello depende no sólo el presente sino también su futuro: el suyo personal y el de nuestra sociedad.